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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 51

En el piso de arriba, Cecilia estaba sentada en el borde de la cama mientras Belén permanecía de pie frente a ella.

Después de desahogar su ira contra la niña, Belén se arrepintió. A fin de cuentas, por más equivocada que estuviera Cecilia, seguía siendo solo una niña.

Belén intentó abrazarla, pero justo cuando se inclinaba, Cecilia la empujó con fuerza.

—Ya no te quiero como mi mamá, eres una mala mujer, ¡vete, lárgate de aquí! —le gritó.

Belén no esperaba esa reacción. La fuerza del empujón la hizo retroceder varios pasos hasta que logró estabilizarse. Se quedó mirando a su hija, atónita, por un largo rato. Había criado a esa pequeña, desde que era un bebé diminuto hasta convertirse en la niña que era ahora. En su celular guardaba cada instante de su crecimiento.

Y ahora, la misma rosa que había cultivado con tanto esmero le pedía que se fuera.

El corazón de Belén sintió como si mil flechas lo atravesaran. No dijo nada. Solo soltó un par de risas amargas y se sentó en el sofá. Se quedó mirando un punto fijo en la nada, mientras las lágrimas corrían en silencio por su rostro.

Cecilia también se quedó paralizada. Se dio cuenta de que se había pasado de la raya y quiso decir «mamá», pero las palabras no le salían de la boca.

Belén permaneció sentada durante un largo tiempo, inmóvil, hasta que sus lágrimas se secaron.

Finalmente, Cecilia no aguantó más.

—Mamá… —la llamó, vacilante.

Belén se secó las lágrimas y la miró.

—¿Mh? —Su voz, aunque ronca, ya sonaba tranquila.

—Quiero hablarle a mi papá —dijo Cecilia.

No es que de verdad quisiera hablar con Fabián, solo era una prueba para ver si su madre todavía le hacía caso. Como le respondió, Cecilia se sintió aliviada; ya no era necesario disculparse. Además, no sentía que hubiera hecho nada malo.

—Claro, háblale —respondió Belén con frialdad.

Cecilia notó la distancia en la voz de su madre, pero pensó: «Me quiere tanto que seguro no está enojada conmigo».

Así, en medio de una atmósfera tensa, Cecilia le marcó a Fabián. Él contestó casi de inmediato, pero la voz que se escuchó fue la de Frida.

—Cecilia.

Cecilia recordó lo que le había prometido a Fabián y se negó.

—No, mejor no. Ya mañana regreso.

Frida pareció preocuparse.

—¿Alguien te hizo algo?

Belén escuchó toda la conversación y no pudo evitar pensar si de verdad Frida se preocupaba tanto por su hija. Pero, al fin y al cabo, Cecilia era hija de Fabián, y Frida, solo por él, le mostraría algo de afecto. Probablemente no era un cariño sincero.

—Señorita Frida, aquí nadie me ha molestado. Es solo que todos quieren abrazarme y darme besos, y huelen raro. No como tú, que siempre hueles rico y dulce.

Cecilia se soltó a hablar sin reparos. Belén ya no pudo seguir escuchando lo que decían; seguramente eran puras quejas sobre la familia Soler.

Apretó los puños y tomó una decisión en silencio.

Cuando Cecilia colgó, Belén se levantó y se acercó a ella. Cecilia sintió que su madre se aproximaba y su corazón se aceleró un poco. «Si me abraza ahora —pensó—, seguro que yo también la abrazo bien fuerte».

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