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De Esposa Desechable a Cirujana Renacida romance Capítulo 7

La puerta del carro se abrió. Fabián, protegiendo con una mano el techo del vehículo, le extendió la otra a Frida.

En el instante en que sus dedos se entrelazaron, Belén se dio la vuelta.

Al presenciar esa escena desgarradora, se sintió sorprendentemente tranquila.

Quizás era porque por fin había entendido, y por eso se mostraba tan serena en ese momento.

En otra época, se habría deshecho en lágrimas.

Pero ahora, lo único que quería era preguntarle a Fabián qué significaba exactamente eso de que «Frida es mejor madre que tú».

—Fabián, ¿a qué te refieres?

Los labios de Belén temblaban ligeramente, y su voz se había quebrado.

Frida bajó del carro, sin soltar en ningún momento el brazo de Fabián. Bajo la luz de la luna, sus sombras se proyectaban alargadas sobre el asfalto.

Fabián, como si no hubiera escuchado a Belén, se dispuso a entrar con Frida en la Mansión Armonía.

Ya había perdido la cuenta de cuántas veces la había ignorado.

El corazón de Belén estaba hecho pedazos, pero cuando se trataba de su hija, todavía no podía rendirse.

Así que se acercó y, sin saber de dónde sacó la fuerza, lo agarró de la muñeca. —¡Fabián, habla! —le gritó.

Finalmente, Fabián se detuvo. Se giró y la miró con una frialdad y una indiferencia que le helaron la sangre. Se zafó de su agarre con un simple giro de muñeca y dijo: —Tu trabajo es demandante y Cecilia todavía es pequeña, necesita que la cuiden. Cuando quedes embarazada del segundo, Frida también se encargará de Cecilia.

Fabián siempre había sido así. Tomaba las decisiones sin consultarla, simplemente se las comunicaba.

Pero esta vez, Belén no iba a permitir que decidiera por ella.

Además, cuando decidió aceptar la especialización en la provincia vecina, Belén ya había buscado con antelación una niñera para Cecilia.

Pero el mes pasado descubrió que Fabián la había despedido hacía tiempo.

Durante los seis meses que estuvo fuera, Frida se había mudado a la Mansión Armonía, viviendo una idílica vida de familia con Fabián y Cecilia.

Era Belén.

Cuando Fabián reaccionó, empujó a Belén a un lado, sostuvo a Frida y le preguntó con los ojos llenos de preocupación: —¿Estás bien?

Frida se cubrió la cara, y las lágrimas brotaron de sus ojos. Parecía una víctima inocente y desolada.

Fabián, lleno de angustia, soplaba y acariciaba su mejilla, pero Belén no sentía ni una pizca de remordimiento.

¿Qué mujer decente se acercaría tanto a un hombre casado y con hijos?

Claro, la culpa no era solo de ella. Fabián tampoco era ningún santo.

Justo cuando Belén iba a decir algo, una pequeña figura salió corriendo de la Mansión Armonía.

Cecilia corría con tanta prisa que ni siquiera se había puesto los zapatos.

Al acercarse, se abalanzó sobre Frida, abrazándole las piernas y, levantando la vista, le preguntó: —Señorita Frida, ¿te duele? ¿Quieres que te sople?

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