Belén miró a su hija. Le dolía el corazón, pero al recordar lo que Rosario le había contado, se acercó un paso más.
Fabián no apartó a Cecilia al verla acercarse, pero tampoco la miró.
Belén levantó la mano y acarició suavemente el rostro de Cecilia.
—Cecilia, te he dicho que no debes molestar a los demás, ni menospreciarlos, ni insultarlos. Si te equivocas, tienes que corregirlo, ¿entiendes?
Cecilia, con los ojos enrojecidos y lágrimas rodando por sus mejillas, asintió repetidamente.
—Ya entendí, mamá.
Belén le secó las lágrimas de las comisuras de los ojos y le sonrió.
—Estuviste muy bien en el escenario. Aunque hubo un contratiempo, el simple hecho de que te pararas ahí ya te hace más valiente que muchos otros. Las opiniones de los demás pueden ser buenas o malas, pero tienes que creer en ti misma. Si no bailaste bien esta vez, la próxima nos esforzaremos por hacerlo mejor. Lo que esa gente diga, en realidad, no debería importarte.
Mientras más la consolaba, más se sentía Cecilia agraviada y más lloraba.
Belén le revolvió el pelo.
—Pero siempre recuerda lo que te digo: si te equivocas, tienes que corregirlo.
Cecilia no dejaba de asentir, y las lágrimas no dejaban de caer.
—De ahora en adelante, hazle más caso a tu papá. Si algo te molesta en la escuela, también díselo, ¿de acuerdo?
Fabián no pudo soportarlo más. Levantó a Cecilia un poco más y, con el rostro sombrío, le lanzó una mirada a Belén.
—No necesito que me lo recuerdes, yo sé cómo cuidar a mi hija.
Esas palabras de Belén sonaban como una despedida definitiva, como si nunca más fueran a verse.
Por alguna razón, Fabián sintió un nudo en el pecho.
No quería seguir escuchando esas tonterías de Belén, así que cargó a Cecilia y se dirigió hacia la salida de la escuela.
Cecilia, recostada en el hombro de Fabián, lloraba y gritaba:
—¡Mamá, quiero a mi mamá! ¡Papá, bájame, quiero a mi mamá!
—Quizás ni siquiera merezco ser madre. Tampoco quiero que Cecilia no tenga mamá, pero no sé cómo enfrentarlos.
Un esposo cuyo corazón no le pertenecía, una hija que la despreciaba y no la valoraba.
En esa relación familiar, Belén vivía agotada.
Dolores abrazó a Belén con más fuerza.
—Ya que tomaste la decisión, no mires atrás. Solo si lo dejas ir, podrás vivir con más libertad.
Belén asintió.
—Cuñada, lo entiendo todo.
Aunque la decisión ya estaba tomada, Cecilia era la hija que había llevado en su vientre durante diez meses, y su corazón se sentía desgarrado.
Pero por mucho que le doliera, había decidido dejarlos ir.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: De Esposa Desechable a Cirujana Renacida
Faltan muchos capitulos y a los que hay les falta parte del texto. Asi es imposible. Te gastas dinero para leer u te toman el pelo....