Con grandes pasos, Mauricio entró a la sala de estar, se acercó a Natasha y la ayudó a levantarse de inmediato. Luego, dirigió una mirada de decepción y severidad hacia Génova.
—Al principio pensé que te comportarías después de divorciarnos, pero nunca imaginé que recurrieras a una táctica tan despreciable. Me da asco. En realidad, había planeado transferir la mansión a tu nombre, pero, al parecer, eso ya no es necesario.
—No culpes a Génova, Mauri. Me empujó sin querer porque la hice enojar. Fue mi culpa, así que regáñame a mí en su lugar.
Natasha se apoyó en el pecho del hombre; simulaba sentir culpa y sollozaba de forma lastimera y desgarradora. Sin embargo, cuando miró a Génova por el rabillo del ojo, su mirada desprendía una pizca de orgullo y sensación de triunfo.
—Discúlpate con Tasha de inmediato, ahora mismo —le dijo a Génova en tono autoritario y con indiferencia.
«¡Pf! ¿Quiere que me disculpe con ella?». Génova reflejó una poco de ira. Alternando la vista entre la pareja enamorada, sonrió de oreja a oreja y luego, tiró suavemente de Natasha, quien estaba en brazos de Mauricio.
«Pensé que se pondría furiosa y discutiría, pero inesperadamente, ¿aún sonríe?». Natasha estaba desconcertada ya que no comprendía del todo el plan exacto de la otra joven y por ello se quedó aturdida. Eso permitió que Génova tirara de ella y ¡zas!, la abofeteó.
—¡Ay! —Se oyó un grito mucho más desgarrador que el anterior.
Innumerables trozos de papel blanco revolotearon en el aire. Mauricio alargó la mano y tomó uno, solo para ver una copia de un mensaje de texto con insultos y burlas, que sonaba arrogante más allá de las palabras. Cuando logró ver el número de teléfono no identificado del remitente, se quedó sorprendido. Al darlo vuelta, vio la evidencia del incidente en el que lo habían drogado la noche anterior; las pruebas eran sólidas y demostraban que la culpable había sido Natasha.
En un instante, frunció el ceño y dirigió una mirada aterradora hacia Natasha, quien aún permanecía en el suelo. Casualmente, la joven acababa de terminar de hojear el contenido del papel y palideció ya que, efectivamente, ella fue quien hizo que alguien pusiera droga en el vino de Mauricio y, de hecho, incluso llamó al hombre y le dijo que fuera al hotel a buscarla. No imaginó que el conductor se equivocaría y lo llevaría a la mansión ni que su plan beneficiara a Génova.
Enojada, para empeorar la historia, le envió un mensaje a Génova. Lamentablemente, nunca había imaginado que esta se atrevería a enfrentarse a ella de esa manera. «Dios mío, ¿qué pensará Mauricio de mí?». Sin esperar a que se justificara, Génova ya había tomado su maleta y, antes de irse, miró por última vez al hombre que una vez amó profundamente.
—Recuerda esto, Mauricio Britos: yo no soy a quien abandonaron y de quien se divorciaron. Al contrario, ¡eres tú! Ya no te quiero, ni la familia Britos es digna de mí.

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