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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 109

Estefanía no se detuvo a analizar lo que Benicio acababa de decir. Últimamente, él tenía episodios extraños más seguido, soltando amenazas de vez en cuando, pero en el fondo, ella no sentía que hubiera algo de qué asustarse.

Uno solo siente miedo o preocupación cuando hay amor de por medio, cuando a uno le importa la otra persona.

Durante los primeros cinco años de su matrimonio, lo que más la angustiaba era la posibilidad de que Benicio jamás llegara a amarla.

Ahora, los hechos se lo dejaban claro: él nunca la amó.

Y, la verdad, cuando por fin llegó ese día, se dio cuenta de que tampoco era el fin del mundo. Ella tampoco lo amaba ya.

Descubrió que también podía dejar de amarlo.

A la hora de la comida, todo parecía normal.

Benicio tenía buen apetito. Se sirvió dos platos de arroz, devoró los camarones a la diabla que la abuela había preparado especialmente para él, y no solo eso, hasta los últimos ajos picantes los mezcló con el arroz, dejando el plato reluciente. Cuando terminó, se tomó una sopa de almejas con calabaza, y se recostó en la silla con expresión de total satisfacción.

—En ningún restaurante fino del mundo hay un platillo de camarones tan bueno como el que hace usted, abuela —soltó Benicio, con tono admirado.

Parecía una exageración, pero si algo era verdad, era que él sí disfrutaba la comida hecha por la abuela.

—Por eso, abuelita, esta vez tiene que aceptar venirse a vivir con nosotros. Le encanta sembrar flores y verduras, y la casa que compramos tiene un jardín enorme. En los dos jardines puede plantar lo que quiera.

La abuela rio bajito.

—¿Y para qué van a querer que yo les desordene la casa tan bonita que compraron? Cuando llegue gente importante, ¿no les va a dar pena que yo tenga todo hecho un desastre?

—¡Nada de eso, abuelita! ¡Usted ni se imagine! ¿No dicen que tener una persona mayor en casa es como tener un tesoro? Estefanía y yo soñamos con que usted sea el alma del hogar. Cuando tengamos hijos, vamos a necesitar de usted, ¿eh?

Estefanía, que estaba tomando sopa en ese momento, se atragantó con el comentario. Un poco de sopa se le fue por el camino equivocado, y empezó a toser sin parar, con la cara roja como jitomate.

Benicio, sentado a su lado, le dio unas palmadas en la espalda. Bajó la voz y la miró con cara de preocupación y burla al mismo tiempo.

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