Estefanía no se detuvo a analizar lo que Benicio acababa de decir. Últimamente, él tenía episodios extraños más seguido, soltando amenazas de vez en cuando, pero en el fondo, ella no sentía que hubiera algo de qué asustarse.
Uno solo siente miedo o preocupación cuando hay amor de por medio, cuando a uno le importa la otra persona.
Durante los primeros cinco años de su matrimonio, lo que más la angustiaba era la posibilidad de que Benicio jamás llegara a amarla.
Ahora, los hechos se lo dejaban claro: él nunca la amó.
Y, la verdad, cuando por fin llegó ese día, se dio cuenta de que tampoco era el fin del mundo. Ella tampoco lo amaba ya.
Descubrió que también podía dejar de amarlo.
A la hora de la comida, todo parecía normal.
Benicio tenía buen apetito. Se sirvió dos platos de arroz, devoró los camarones a la diabla que la abuela había preparado especialmente para él, y no solo eso, hasta los últimos ajos picantes los mezcló con el arroz, dejando el plato reluciente. Cuando terminó, se tomó una sopa de almejas con calabaza, y se recostó en la silla con expresión de total satisfacción.
—En ningún restaurante fino del mundo hay un platillo de camarones tan bueno como el que hace usted, abuela —soltó Benicio, con tono admirado.
Parecía una exageración, pero si algo era verdad, era que él sí disfrutaba la comida hecha por la abuela.
—Por eso, abuelita, esta vez tiene que aceptar venirse a vivir con nosotros. Le encanta sembrar flores y verduras, y la casa que compramos tiene un jardín enorme. En los dos jardines puede plantar lo que quiera.
La abuela rio bajito.
—¿Y para qué van a querer que yo les desordene la casa tan bonita que compraron? Cuando llegue gente importante, ¿no les va a dar pena que yo tenga todo hecho un desastre?
—¡Nada de eso, abuelita! ¡Usted ni se imagine! ¿No dicen que tener una persona mayor en casa es como tener un tesoro? Estefanía y yo soñamos con que usted sea el alma del hogar. Cuando tengamos hijos, vamos a necesitar de usted, ¿eh?
Estefanía, que estaba tomando sopa en ese momento, se atragantó con el comentario. Un poco de sopa se le fue por el camino equivocado, y empezó a toser sin parar, con la cara roja como jitomate.
Benicio, sentado a su lado, le dio unas palmadas en la espalda. Bajó la voz y la miró con cara de preocupación y burla al mismo tiempo.
Desde que regresaron de Nube de Sal, Benicio nunca le había preguntado qué le dijeron ahí, si existía una posibilidad de sanar su pierna.
Como él nunca preguntó, ella tampoco le contó nada. Mejor así. Menos lazos, menos pendientes entre ambos.
Apenas iba a decirle algo más, pero se quedó callada. En ese instante, le llegó un mensaje al celular. Era del doctor de acupuntura, disculpándose porque apenas acababa de terminar la consulta fuera, que ya iba de regreso y que llegaría un poco más tarde.
Rápido contestó: [No se preocupe, doctor. Yo también sigo en Puente de Plata. Todavía tengo que salir para allá.]
Puente de Plata era donde vivía la abuela en ese momento.
El doctor respondió casi de inmediato: [Entonces ya no vaya al hospital. Estoy a diez minutos de Puente de Plata. Envíeme su ubicación y yo voy a atenderla allá.]
Estefanía miró de reojo a Benicio, sintiendo una punzada de frustración. Al parecer, él no tenía la menor intención de irse hoy. ¿Por qué Cristina no venía a llevárselo de una vez?
Ya no tenía caso ocultar lo de la acupuntura. Tanto si el doctor venía, como si ella insistía en ir a la clínica, no iba a poder evitar la presencia de Benicio.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Es verdad sale muy caro liberar capitulos...
Muy bonita la novela me encanta pero pueden liberar mas capitulos yo compre capitulos pero liberar mas capitulos sale mas caro...
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...