—Yo solo acepté retirar la denuncia contra ti. Lo que pase entre Benicio y yo, me parece que no es asunto tuyo, ¿no crees? —Estefanía sonrió, con esa calma desafiante que siempre sacaba de quicio a Cristina.
—¿Cómo que no es asunto mío? ¿Acaso no ibas a dejar a Beni...? —Cristina, presa de los nervios, casi suelta toda la verdad que escondía. Se detuvo de golpe, dándose cuenta del desliz. No podía dejar que se notara que su único objetivo era quedarse con Benicio, aunque siempre había fingido que le bastaba con ser “alguien importante para él”. Pero esa mitad de frase, atorada en la garganta, la hacía rabiar. Clavó la mirada en Estefanía, deseando con todas sus fuerzas poder hacerle un agujero con los ojos.
Estefanía ignoró la furia de Cristina y se volvió hacia Benicio.
—Benicio, ¿estás de acuerdo con la segunda condición? —le preguntó, con voz tranquila.
Benicio no pudo ocultar el cambio en su expresión. Esa condición era como una espina que se le enterraba cada vez más hondo.
Estefanía no tenía prisa. Solo lo miraba, esperando.
Finalmente, Benicio la miró con determinación y, apretando los dientes, soltó:
—Está bien.
—La tercera... —Estefanía se detuvo. Fingió pensar un momento.
Los ojos de Benicio brillaron, como si olfateara el peligro.
—No me digas que quieres pedir el divorcio.
Apenas mencionó la palabra, Cristina casi echó chispas de los ojos.
Pero Estefanía, lejos de dudar, soltó con un dejo de satisfacción rebelde:
—No, no voy a pedir el divorcio.
No miró a Benicio, no quería saber su reacción. En cambio, sí notó cómo la furia en el rostro de Cristina se transformó en odio puro, al punto que parecía que podría incendiarla con la mirada.
Entonces, Estefanía le sonrió.
—Benicio, quiero que me prometas que nunca podrás casarte con Cristina.
En el fondo, esa condición solo era para incomodarlos. Después de que se fuera, lo que hicieran con sus vidas le daría igual. Pero ahora, fastidiarlos le daba cierto placer. Bastaba ver la cara de Cristina, a punto de desmayarse de rabia, para sentirse satisfecha.
—¡Beni...! —Cristina entró en pánico, mirando a Benicio con desesperación. Si él aceptaba, ¿qué haría ella después?
Pero Benicio solo tenía ojos para Estefanía. La miró largamente, sin decir palabra.
—¡Beni! —volvió a llamar Cristina.
Benicio volvió en sí y, con voz apagada, contestó:
—Te lo prometo.
Cristina sintió que el mundo se le venía abajo. Mordía sus labios, conteniéndose para no soltar alguna grosería.
Estefanía frunció el ceño.
—¿Y eso cómo va a tener validez legal? No me sirve solo de palabra.
Benicio se rio, una carcajada seca y burlona.
—¿No confías en mí? Mi nombre es garantía de palabra.
—Señor Benicio, —contestó Estefanía, con una sonrisa— para mí, tu palabra ya no vale nada.
La cara de Benicio se oscureció aún más.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...