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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 141

Benicio llegó a casa hasta la noche.

Esta vez, Estefanía sí estaba viendo una serie, de esas que no te hacen pensar, solo para pasar el rato.

Mientras veía la trama, se dio cuenta de que, aunque la historia era distinta, tenía mucho en común con su propia vida: el protagonista, que supuestamente era súper inteligente y reservado, de repente se volvía un tonto total nomás por la aparición de la otra chica. Todo diferente, pero al final, el resultado era igualito.

Ver cómo el protagonista se dejaba manipular por la “otra” la hizo pensar en Benicio. No pudo evitar reírse, incluso se le salió la risa en voz alta.

Benicio entró justo en ese momento y la escuchó reír.

Por supuesto, ella ya había notado sus pasos acercándose.

Pensó que él la iba a atacar con algún comentario sarcástico. Después de todo, su querida Cristina seguro que hoy no estaba de buenas, y como era culpa de Estefanía, ¿cómo iba Benicio a dejarla en paz?

Pero, para su sorpresa, no lo hizo.

Entró con su portafolios, aflojándose la corbata mientras le preguntaba:

—¿Qué estás viendo? ¿Por qué te da tanta risa?

—Oh, estoy viendo a un montón de tontos haciendo tonterías —contestó Estefanía, con una media sonrisa—. ¡Justo como ustedes!

Él soltó un —Je—, entre burla y fastidio.

—Parece que cuando estás sola te la pasas muy bien, ¿eh?

—¿Y por qué no estaría bien? —Estefanía dejó la tablet sobre la mesa y le contestó—. ¿Qué cosa o quién podría amargarme la vida?

Benicio no le siguió el juego.

—No quiero pelear contigo. Ya está todo listo. Mañana vamos a la notaría para firmar y que esto quede en regla.

Sacó un montón de hojas tamaño carta del portafolios y se las aventó.

—Revisa, a ver si quieres agregar algo.

Estefanía hojeó el documento: era el contrato que había exigido que preparara ese mismo día.

Se notaba que Benicio se dedicaba a los negocios: el texto era directo y claro, sin vueltas. Sus tres condiciones estaban bien detalladas, con lenguaje preciso, sin trampas. Lo leyó tres veces, asegurándose de que Benicio no hubiera escondido algún truco legal. Luego, revisó el punto más importante: ella debía retirar la denuncia. Y para evitar cualquier pretexto, ese apartado venía bien explicado, con fechas y motivos. Se notaba que no quería dejarle ni un hueco para escabullirse, pero también vio que no había ninguna trampa oculta.

Quizá porque se tardó mucho revisando, Benicio ya estaba sentado frente a ella, arremangándose las mangas.

—¿Todavía no entiendes? Si quieres, te ayudo a conseguir un abogado, que le eche un vistazo un profesional, por si hay algún detalle.

—Eso suena bien —dijo Estefanía, sin levantar la mirada—. Yo misma voy a contratar uno mañana. No te molestes tú.

A Benicio hasta le dio risa, de la frustración.

—¿Tan poca confianza me tienes? Que yo sepa, nunca te he querido engañar.

—¿Que nunca? Eso pregúntatelo tú y tu conciencia —aventó Estefanía, guardando los documentos, las dos copias bien organizadas.

Benicio la observó, con una sonrisa que no terminaba de aparecer.

Benicio parecía de buen humor. Lo que dijo Estefanía no lo alteró. Sus ojos seguían tranquilos, hasta parecía que quería reírse más. Con la camisa desabrochada, las mangas arremangadas y recargado en el sillón, daba la impresión de estar en su elemento, relajado y seguro.

—Hoy revisé las cámaras —comentó, entornando los ojos.

¿Y eso qué? Seguro iba a inventar algo para salvarle el pellejo a Cristina.

Sacó su celular y se puso a escribir.

Al instante, el celular de Estefanía vibró. Al ver la pantalla, abrió los ojos de sorpresa. Benicio le acababa de transferir un millón de pesos.

—Sí, Cristina se pasó y fue impulsiva, pero estaba molesta y con la denuncia encima. Se le fue la mano. Tú, en cambio, te la das de señora Téllez, bien justa pero sin dejarlo pasar. —Dejó su celular—. Ya le pedí disculpas por ella, señora Téllez.

Al decir “señora Téllez” lo hizo con un tono burlón, como si la estuviera retando.

Lo de siempre. Ya sabía que iba a excusar a Cristina: lo que ella hiciera siempre estaba bien, y la única que hacía drama era Estefanía.

No valía la pena discutir más. De todas formas, ese millón de pesos era un buen bono de silencio. ¿Quién en su sano juicio rechazaría esa cantidad?

¿Amor? Si nunca existió, que se lo quede quien lo quiera.

Guardó el dinero, abrazó el celular y se fue directo al cuarto a dormir.

Benicio la siguió, caminando despacio y con ese aire de flojera que le salía tan natural.

—Ya que te di un millón, ¿ni un plato de comida me vas a preparar?

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