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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 143

El murmullo grave y confuso rodó por la garganta de Benicio, y de pronto el ambiente se volvió un poco más cargado, casi como si flotara algo no dicho entre ambos.

Jerónimo, al otro lado de la llamada, lo notó y no tardó en reaccionar.

—¿Es Benicio, verdad? Bueno, ya no los interrumpo. Nos vemos mañana en la noche, ¡cuídate!

La llamada se cortó en un segundo, como si tuviera miedo de estorbarles su “momento”.

—¿Con quién quedaste para mañana? —Benicio, que había escuchado todo, levantó la ceja y luego miró de reojo el nombre que aparecía en la pantalla de su celular—. ¿Jerónimo?

—Sí —respondió Estefanía, dejando el celular sobre la mesa.

—¿Volviste a hablar con él? ¿Mañana en la noche?

—Ajá —asintió sin darle mayor importancia.

Benicio soltó un respiro y comentó:

—Me parece bien, deberías convivir más con tus amigos de antes. No te encierres tanto en casa.

¡Vaya descaro! Antes no pensabas así, ¿verdad? Delante de tus amigos tampoco decías eso. ¿No era que te daba pena que una “lisiada” fuera tu esposa? Ah, pero ahora ya no te importa, porque tienes a la “perfecta” Cristina a tu lado, ¿no?

Benicio se acercó aún más, tan pegado que podía oler el aroma dulce a durazno de su espuma de baño, mezclado con el tufo de alcohol.

—Sra. Téllez, ¿nunca ha pensado en convertirse en la verdadera Sra. Téllez?

La pregunta la dejó pasmada por un segundo. Pero cuando la mano de Benicio se coló bajo su pijama, comprendió enseguida y le apartó la cabeza del hombro con fuerza.

—¡Ya estuvo, Benicio! Compórtate.

Benicio se echó para atrás. No dijo nada más, tampoco insistió.

...

Pasó tanto tiempo que Estefanía casi se quedó dormida, hasta que Benicio la sacudió.

—¡A ver, despierta! ¿Qué rayos publicaste? ¿Qué significa eso?

Estefanía, medio dormida, se giró y vio el celular de Benicio con una captura de pantalla de su publicación de esa noche: “Hace cinco años salvé a un perro”.

Pero al mostrárselo, Benicio tocó sin querer la pantalla, la imagen se hizo pequeña y saltó al chat de WhatsApp.

En un segundo, Estefanía alcanzó a leer varios mensajes.

Era un grupo de Benicio, Gregorio y otros. El grupo se llamaba: “Lealtad hasta el final”.

La captura era de Gregorio, quien le escribió: [Mira lo que tu esposa anda diciendo de ti.]

Ernesto agregó: [Tú sí que la consientes demasiado.]

Cristina, como siempre, se metió: [Beni, no te enojes. ¿Otra vez hice enojar a Estefanía?]

Estefanía se viró y quiso seguir durmiendo.

Pero Benicio no la dejó.

Benicio no salió; se quedó en casa pegado al celular, ocupado en algo.

—Ven a desayunar. No vayas a decir que nunca te cocino nada —le dijo, sin despegar la vista del celular.

El desayuno: dos rebanadas de pan europeo. Una con arúgula, salmón y huevas, la otra con pesto, huevos revueltos y queso.

Leche no había, solo una taza de jugo.

El caviar olía delicioso, el salmón estaba tan bien dorado que se deshacía en la boca, los huevos revueltos suaves y cremosos, y el pesto con una textura tan casera que se notaba no era comprado, ni Elvira, la señora que ayuda, sabía preparar comida italiana, así que seguro Benicio lo hizo en la mañana.

Nada mal, estaba buenísimo y llenador. Se acabó las dos piezas de pan.

Aunque él no era fan de la comida italiana, cocinar así solo podía significar una cosa: Cristina lo disfruta.

Pero, bueno, ¿qué más daba?

Al terminar, Benicio se levantó.

—¿Quieres que un abogado revise el contrato antes?

—No hace falta —Estefanía dejó la taza—. Pero hay que añadir un punto a la cláusula tres. Además de que nunca podrás casarte con Cristina, que quede claro: si te casas con ella o aunque no te cases tienes un hijo con ella, todo tu dinero pasa a nombre de Estefanía.

Benicio la miró, asintió despacio. En sus ojos una sonrisa extraña, imposible de descifrar.

—Sra. Téllez, sí que eres dura, ¿eh? No me quieres dar hijos y tampoco permites que otra me los dé, ¿no se te hace un poco mandona?

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