Marcelo se acercó descaradamente y, frente a la abuela, soltó:
—Mamá, dame esta casa y ya no te voy a reclamar por ese dinero. Si no, entonces dame un millón de pesos.
—¿¡Por qué mejor no me matas de una vez!? —gritó la abuela, y le pegó una bofetada a Marcelo—. ¡Mira nada más, si con estos huesos viejos pudiera exprimir algo, ni mil pesos juntaría!
—Mamá, ya no te pongas así —refunfuñó Marcelo, comportándose como un vago de barrio—. Si no quieres darme la casa, entonces voy a revisar tus ahorros.
Con solo una mirada de Marcelo, Olivia y Ariel se pusieron de su lado y corrieron directo al cuarto de la abuela.
—¡En el cajón del medio! ¡Rompan la cerradura! —les gritó Marcelo mientras corría tras ellos.
Estefanía acomodó a la abuela en una silla y salió disparada a bloquear la puerta.
—¡Hoy ninguno de ustedes entra! —les advirtió, firme.
Marcelo soltó una carcajada burlona.
—Hija, con esa pierna mala que tienes, ¿de verdad crees que puedes detenernos a los tres? Mira, la neta, ya no te hagas ideas. Mejor dedícate a consentir a tu marido el jefe, que todo te lo da. ¡Ariel, dale!
Estefanía se aferró al marco de la puerta, sin soltarlo por más fuerza que hicieran. Ni cuando sus uñas se rompieron y sus dedos sangraron, dejó de resistir. En el fondo le dolía aceptar que, aunque luchara, su cuerpo no podía contra la furia de esos tres lobos hambrientos.
Fue entonces que, desde la sala, la abuela gritó con todo el dolor de su alma:
—¡Hoy, si alguno se atreve a entrar, aquí mismo me mato! —y levantó un cuchillo apuntando a su propio cuello.
Estefanía, al borde del colapso, rompió en llanto:
—¡Abuelita, no! ¡No te hagas eso, por favor! ¡Si tú faltas, de verdad todo será como ellos quieren!
Entre lágrimas, trataba de convencerla, sin saber ya cómo detener la locura de su familia.
El grito de Estefanía pareció despertar a la abuela. Pensó: “Si yo muero, todo lo que hay en mi tarjeta y esa casita del pueblo, aunque no sé por qué tanto la quieren, acabarán en manos de este desgraciado...”
El cuchillo cayó al piso.
Marcelo se carcajeó sin vergüenza.
—¡Eso, hija! ¡Así me gusta verte! Quiero ver cuánto aguantas.
Las uñas de Estefanía ya se habían partido y varios dedos sangraban, sentía que no podía más. Así que, usando la cabeza, empujó a Ariel, que iba al frente, y gritó con toda el alma:
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...