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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 241

La señora Montoya entendió la indirecta, sonrió y se despidió primero.

Estefanía se giró para contestar el celular.

—Benicio, ¿ahora con qué locura sales?

La voz de Benicio sonaba al otro lado, ronca y apagada.

—Estefanía... Estefanía...

—¡A ver, habla claro! ¿Qué pasa?

—Estefanía, me siento mal, de verdad... —Su voz no solo se escuchaba rasposa, además arrastraba las palabras, como si no estuviera muy consciente.

—Benicio, si no tienes nada importante, cuelgo. Que te sientas mal no tiene nada que ver conmigo.

—Estefanía, por favor no... De verdad me siento fatal, estoy enfermo.

Estefanía casi se echó a reír.

—¿Que estás enfermo? ¿Y por eso me llamas a mí? ¿Te confundiste o qué?

—Quiero agua... Me duele la cabeza... No puedo levantarme...

¡Era como platicar con una pared!

Todo lo que le decía, él ni caso le hacía.

Pero sí le había quedado claro: estaba tan mal que, en su delirio, se le ocurrió buscarla a ella, la señora Téllez.

—Benicio, ¿quieres que alguien te atienda, verdad?

—Estefanía, de verdad me siento muy mal...

—¿Y por qué no le marcas a tu querida Cris? Si hasta la clave de la casa se la sabes, que ella vaya a cuidarte. ¿No que mucho amor?

Pero Benicio solo replicó con la voz cada vez más ronca.

—¿Cris? ¿Cómo voy a molestar a Cris...? No puedo pedirle eso...

Estefanía le colgó de inmediato.

Benicio sí que tenía talento. Desde tan lejos, todavía lograba alterarla. Ella ya lo había superado, ya no le dolía, y aun así él encontraba la manera de molestarla. Así que, ¿Cristina era la princesita intocable y ella la sirvienta de turno?

...

—¡Estefanía! —La voz de Noel apareció detrás de ella. Al verla, se acercó con una sonrisa—. ¿Qué pasó? ¿Quién hizo enojar a nuestra Estefanía?

Pero al entrar, notó enseguida que había señales de alguien en casa.

—¿Señor? —preguntó en voz alta.

Desde una habitación se escuchó un murmullo apagado.

—Mmm...

¿El señor estaba en casa?

Elvira se sorprendió. Rápido, le pidió a su hija que se quedara sentadita en el sillón y que no se moviera. Ella, cojeando, se acercó a la puerta de la recámara.

—¿Señor, está aquí? Solo vengo a recoger unas cosas y ya me voy...

Se detuvo y añadió:

—Gracias por toda la paciencia y el apoyo de estos años, a usted y a la señora.

No hubo respuesta.

Elvira sintió que algo andaba mal. Normalmente, el señor habría salido o por lo menos dicho algo.

—¿Señor, se encuentra bien?

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