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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 244

Benicio cayó enfermo de repente, tal como dice el dicho: la enfermedad llegó como un alud, sin avisar.

Pensaba que, tras tomar la medicina que le dio Elvira y bajarle la fiebre, ya estaría bien. Pero en cuanto volvió a la cama, sin darse cuenta se quedó dormido otra vez. Al anochecer, la fiebre regresó con fuerza.

Tomaba la medicina, la fiebre bajaba, pero al rato volvía. Así, una y otra vez.

Pasaron tres días de ese ir y venir, y fue hasta el cuarto día cuando por fin la fiebre no regresó.

Se podría decir que ya estaba bien, pero había adelgazado bastante, y sentía como si le hubieran quitado toda la energía, sin fuerzas para nada.

Esos días, ni pensó en ir a la oficina.

Durante ese tiempo, Cristina, Gregorio y algunos otros seguían platicando en el grupo, y también le escribían por separado, preguntando por qué no se había dejado ver en varios días.

No quería preocuparlos, así que no mencionó que estaba enfermo. Solo dijo que, aprovechando las vacaciones, estaba descansando en casa y resolviendo unos asuntos pendientes.

Al quinto día, recibió una llamada.

Era del estudio de una marca, preguntando si hablaban con el señor Benicio. Resulta que las prendas de otoño que la señorita Estefanía había mandado a hacer hace unos meses ya estaban listas. Querían saber cuándo le venía bien pasar por ellas, o si prefería que se las enviaran, o si necesitaba algún ajuste.

Benicio siempre había dejado que Estefanía se encargara de su ropa. Sabía que ella prefería la ropa personalizada de cierta marca y completaba con algunas prendas de otra firma, pero nunca se había metido en detalles; solo se ocupaba de pagar.

La persona al teléfono continuó:

—Como no hemos logrado contactar a la señorita Estefanía ni por teléfono ni por WhatsApp, y ella nos dejó su número, nos atrevimos a molestarlo.

—¿Son prendas para hombre o para mujer? —preguntó Benicio.

—Ambas. La señorita Estefanía hizo el encargo a principios de año y hasta ahora terminamos todo.

Benicio miró el reloj. En ese momento, en Europa todavía era de noche, así que Estefanía seguramente seguía dormida.

—Entonces, mejor voy en persona a verlas —dijo—. No tengo nada qué hacer, ya llevo cuatro días encerrado.

—Perfecto, le mando la dirección por mensaje, ¿le parece?

Recordó que, cada año, Estefanía le insistía varias veces en que se probara la ropa nueva.

Pero él nunca lo hacía. Siempre salía con que no tenía tiempo, que lo que fuera estaba bien, que andaba muy ocupado...

¿Cómo podía decirle a la asistente que, en realidad, nunca era necesario hacer ajustes porque él jamás se la probaba?

Aun así, no podía negar que toda la ropa siempre le quedaba perfecta.

—¿Pasa algo, señor? ¿Hay algo que no le convenza? —preguntó la asistente.

—No, todo está bien —respondió él, mientras giraba de un lado a otro, comprobando el ajuste—. Me queda muy bien.

—Quedan algunas piezas más… —ofreció la asistente.

—No hace falta, ya con estas está bien. Mejor empaquételas y me las llevo —dijo Benicio, quitándose la chaqueta. Pero al hacerlo, el puño se atascó con el botón de la camisa.

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