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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 245

—Yo lo hago —se apresuró a decir el asistente.

Cuando le quitó el saco, Benicio notó por primera vez que los gemelos de la camisa eran de zafiro azul, dos piedras con un corte y una calidad excepcionales.

—Qué curiosos están los gemelos —comentó.

El asistente sonrió.

—La señorita Estefanía tiene un gusto increíble. De hecho, queremos seguir trabajando con ella, pedirle que nos autorice a usar sus diseños de gemelos, pero no ha querido.

Benicio frunció un poco el ceño.

—¿Cómo dices? ¿Ella diseñó los gemelos?

—Así es —dijo el asistente con una sonrisa—. Todos los gemelos de sus camisas los diseñó la señorita Estefanía. Estos que trae puestos son de zafiro azul, pero tenemos aquí otros dos pares: unos con diamantes rosados y violetas, y otros con diamantes amarillos. La otra vez, un cliente se encaprichó con los de diamante amarillo y no quería irse sin ellos, pero pues ni cómo. La señorita Estefanía los hizo especialmente para esta camisa. Ella les puso el nombre de Puños Alboreada.

Benicio contempló los Puños Alboreada y, de repente, entendió de dónde venía ese nombre.

La mayoría de sus gemelos eran de platino con incrustaciones de piedras preciosas y diamantes, pero esos de diamante amarillo estaban hechos en oro. Reconocía la técnica de orfebrería: filigrana, porque hacía poco Cristina se había obsesionado con joyas de oro antiguas.

El oro trenzado formaba una pequeña flor de cinco pétalos que envolvía el diamante amarillo. Eran tan delicados que hasta el broche por detrás tenía forma de ramito de flores pequeñitas.

—Ah, y otra cosa —agregó el asistente—. El vestido largo de la señorita Estefanía también hace juego con estos Puños Alboreada, mire.

La única falda personalizada que tenía Estefanía era de un amarillo como de flor de campo. Sobre la tela, cosieron a mano destellos que se agrupaban en racimos de flores; cada centro de flor tenía un pequeño diamante.

Destellaba con una fuerza increíble. Era bellísimo.

—Este vestido estaría perfecto para el Día de los Muertos —soltó el asistente con una sonrisa.

—Guárdalo todo —ordenó Benicio, sintiendo una incomodidad extraña en el pecho que no supo explicar.

—Está bien.

Cuando el asistente terminó de empacar todo, alguien entró en la sala.

Era el diseñador y dueño del taller, Rubén.

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