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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 248

Apenas Elvira vio a Benicio, las lágrimas no pudieron contenerse más y brotaron con fuerza.

Benicio no entendía qué estaba pasando, así que echó un vistazo a su alrededor y preguntó:

—Cris, ¿qué haces aquí?

Cristina, que tenía los pies sobre la mesa, ya los había bajado antes de que él entrara. Con una voz melosa y un tono juguetón, se lanzó hacia él con los brazos abiertos, quejándose:

—¡Beni! Hace días que no te veía, te extrañé mucho… Todos te extrañamos. Como no me hacías caso, pues vine a verte.

Benicio, al ver la manera en que Cristina se le acercaba como un pajarito buscando refugio, le habló con suavidad y una sonrisa:

—Te dije que estos días andaba ocupado con otros asuntos, ¿no?

—¡Ajá! Pero igual nos olvidaste a todos —hizo un puchero y empezó a hacerle berrinche, pero en ese instante notó las bolsas—. ¡Guau, Beni! ¿Cuánta ropa trajiste?

—Sí, traje bastante —respondió Benicio, entrando y dejando las bolsas sobre una silla.

Aprovechando ese momento, Elvira salió de la casa sin que nadie la detuviera.

Fue hasta que Benicio escuchó la puerta cerrarse que se dio cuenta de lo que había pasado, y gritó preocupado:

—¡Elvira!

Pero Cristina lo jaló del brazo, interrumpiéndolo:

—¡Es solo una empleada! Si se va, que se vaya, ni siquiera se despidió. ¡Qué falta de educación! Beni, ¿todavía piensas ir tras ella? No olvides que tú eres el dueño aquí.

—No es así —Benicio negó con la cabeza y sonrió—. Ya no estamos en tiempos en que haya “empleados” y “patrones” como antes. Es como en cualquier empresa: Elvira trabaja aquí porque la contraté.

—¡Tú le pagas y ella te atiende, eso la hace empleada! —insistió Cristina, mientras comenzaba a revisar las bolsas de ropa.

Benicio, sin hacerle caso, sacó su celular y le marcó a Elvira.

...

Elvira contestó el teléfono mientras estaba ya sentada en el carro, rumbo al hospital.

—Señor.

—Gracias, señor. Lo mío es pequeño, no se compara con lo suyo —Elvira miró de reojo a su hija, quien estaba muy pegada a ella, y al ver la confusión en sus ojos, apuró a colgar antes de que el llanto la traicionara.

...

Alba la miró con extrañeza y preguntó:

—Mamá, ¿por qué no le dijiste al señor que fue por esa persona que me quemé?

Elvira quiso responder, pero las palabras no salieron.

Pensó en decirle que ni la señora había podido ganar una discusión ante esa persona frente al señor, ¿cómo iban a poder ellas dos? El mejor escenario sería que el señor les diera algo de dinero y ya.

Pero no quiso decirle eso a su hija; no era algo de lo que sentirse orgullosa.

Así que solo la besó en la frente y le susurró:

—Alba, ya lo entenderás cuando seas grande.

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