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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 247

Alba por fin sintió el miedo apoderarse de ella.

No quería regresar al pueblo… No, por favor… Su papá era capaz de golpearla, y también a su mamá… Ella solo quería seguir estudiando, aprender algo útil, ganar mucho dinero y, algún día, cuidar bien de su mamá…

Llorando en silencio, comenzó a masajearle los pies a Cristina.

Pero nunca lo había hecho antes, no sabía cómo, y además el dolor en el pecho, justo donde tenía la quemadura, no la dejaba tranquila. El miedo se le atoraba en la garganta. Quería aguantarse el llanto, se mordía los labios con fuerza, pero las lágrimas se le escapaban sin control, resbalando por sus mejillas. Como no alcanzó a limpiarse a tiempo, algunas lágrimas cayeron sobre el pie de Cristina.

Sin aviso, sintió una patada fuerte en el pecho, justo en el sitio donde estaba quemada.

—¡Ah!—gritó sin poder contenerse.

—¡Tus lágrimas asquerosas me cayeron en el pie!—chilló Cristina—. ¡Eres una inútil! ¡Tú y tu mamá son unas desgraciadas!

Alba solo sentía un dolor punzante que le atravesaba el pecho, pero ni así se atrevió a llorar en voz alta; se quedó en el suelo, cubriéndose la herida con la mano.

—¿Por qué te haces la víctima? ¡Levántate! ¡Ven acá!—le gritó Cristina, con una voz que cortaba el aire.

Alba se preparaba para levantarse, aguantando el dolor como podía, cuando escuchó la cerradura de la puerta. Alguien había llegado.

Cristina fue la primera en ver que se trataba de Elvira.

Elvira también se sorprendió de verla ahí. Pensó que Benicio estaría en la casa, pero al mirar bien notó a su hija tirada en el piso.

Alba, temiendo preocupar a su mamá, se levantó con rapidez y fingió estar bien.

—Mamá.

—¿Qué te pasó, Alba?—preguntó Elvira, sin ocultar su disgusto hacia Cristina. Aunque no le simpatizaba, reconocía que solo era la empleada y, con Estefanía fuera, no tenía autoridad para decir nada sobre su presencia. Prefería ignorarla.

Alba sintió la mirada fulminante de Cristina sobre ella, y se estremeció. Esbozó una sonrisa forzada.

—Mamá, no pasó nada. Solo me tropecé.

—¿Tropezaste?—Elvira ya había notado que la blusa de su hija estaba empapada y que alrededor de la clavícula se le marcaba una mancha roja—. ¿Qué te pasó aquí?

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