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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 264

Estefanía contempló el rostro que tenía frente a ella y, de pronto, sintió un cansancio profundo, tan hondo que por un instante casi olvidó cómo lucía el Benicio de dieciséis años.

—Benicio, vete —le soltó con voz cansada.

—Estefanía, regresa conmigo —insistió Benicio—. Aunque estés enojada, no puedes hacerle daño a tu propio cuerpo. Yo sé que quieres bailar, pero ya no puedes…

La mirada de Estefanía se endureció y lo fulminó sin titubear.

—¿Acaso estoy mintiendo? —reviró Benicio—. Los doctores ya lo dijeron. Ese tal Roldán solo te anda ilusionando, no tiene buenas intenciones. ¿Te has visto? Estás en los huesos. ¿Qué harás si vuelves a lastimarte? No te empeñes en lo que no se puede. Ya te lo he dicho antes: aunque no hagas nada, siempre serás la señora Téllez.

—¡Cállate! —bramó Noel desde un lado.

Benicio le lanzó una mirada de desprecio y siguió aferrado a la mano de Estefanía.

—¡Ya basta, Estefanía! —levantó la voz, apretando los dientes—. Sí, me enojé porque no te acompañé. Pero vine hasta aquí, crucé el océano solo para encontrarte. Te fuiste sin avisar y yo he venido una y otra vez a buscarte. Ya estuvo, ¿no? Ya basta de berrinches.

Estefanía observó la tensión en los nudillos de Benicio, pero no se zafó. El tono de Benicio la asfixiaba, como si la estuviera encerrando en una jaula invisible.

—Benicio —dijo por fin, tan agotada que su voz ya no tenía filo; le habló como se le habla a un desconocido—. Te lo digo en serio: estos diez días lejos de ti han sido los más felices que he tenido en cinco años.

Vio cómo la mirada de Benicio se quebraba, como si algo dentro de él se hubiera hecho trizas.

Estefanía sabía que él no creía ni una palabra.

Jamás iba a aceptar que esa Estefanía que tenía delante, la misma que una vez temblaba de amor por él y era capaz de hacer cualquier cosa, ahora le dijera eso. Para él, seguiría rogándole que la llevara de vuelta. ¿Cómo iba a vivir sin él, no? ¿Verdad?

Pero ya no era así, Benicio.

Benicio, en cambio, se quedó clavado en el mismo sitio, como si el tiempo se hubiera detenido para él.

Cristina permaneció a su lado y, tras llamarlo varias veces, apenas logró que reaccionara.

—Beni…

—¿Qué pasa? —Benicio despertó como de un mal sueño y empezó a caminar hacia la salida.

—No sé si deba decir esto —dijo Cristina, vacilante.

—Dilo —Benicio no parecía interesado, apenas la miró.

—Yo sé cómo te sientes, Beni. Te pesa lo que pasó con Estefanía, que por tu culpa haya tenido que dejar la danza. Pero, aunque te sientas en deuda, ya le pagaste de sobra. Le diste cinco años de tu vida, le diste dinero, casas… Sin ti, ¿crees que habría podido irse a donde quisiera, salir del país así nomás?

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