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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 271

Como una brisa suave, Benicio pasó cerca de ella, tan fugaz que solo cuando Estefanía reaccionó, él ya se había alejado. Solo pudo ver su silueta perdiéndose entre la multitud bulliciosa de Venecia, hasta que desapareció entre la gente.

—¡Estefanía! —la voz de Noel la llamó desde el barco.

—¡Ya voy! —respondió ella, sintiendo cómo al fin se le quitaba un gran peso de encima. Esta vez, Benicio debió haber entendido. Ya no insistiría en ser responsable de ella para siempre.

Subió al barco junto con el grupo de la gira, lista para dirigirse a la siguiente ciudad.

Lo que Estefanía no vio fue que Benicio en realidad no se había ido tan lejos. Después de que ella subió al barco, él apareció en el balcón del tercer piso de un hotel junto al canal, observando cómo la embarcación se alejaba poco a poco.

Cristina llegó detrás de él y, siguiendo su mirada, también vio el barco.

—Beni —dijo ella—. Ya se fue.

Benicio guardó silencio.

—Beni, todavía nos tienes a nosotros —agregó Cristina, poniéndose a su lado—. Beni, ya no me voy a ir nunca más, de verdad. Nosotros nunca te vamos a dejar solo.

Los canales de Venecia eran un ir y venir de barcos todos los días. En un abrir y cerrar de ojos, el barco de Estefanía también se perdió de vista. Sobre el agua flotaban decenas de embarcaciones idénticas. Ya no era posible saber cuál era la suya.

Benicio bajó la mirada y soltó una risa amarga.

—Sí, la verdad, debería estar contento —dijo—. Encontró su propio camino, ¿no era eso lo que yo quería para ella?

—Claro, Beni —replicó Cristina—. ¿O acaso de verdad pensabas pasarte la vida entera con alguien que no te quiere?

—¿La vida entera…? —Benicio fijó la mirada en el horizonte, como si buscara respuestas más allá de lo visible.

Cristina escuchó esas palabras y su expresión cambió por un instante, aunque enseguida forzó una mueca de tristeza.

—Beni, la verdad es que Estefanía nunca supo valorar lo que tenía. Cualquier otra chica, con un esposo como tú y tanto dinero para consentirla, sería la persona más feliz. No entiendo cómo no te cuidó como el mayor de los tesoros.

Benicio intentó sonreír, aunque el gesto se le notaba amargo.

Cristina frunció el ceño, pero enseguida recuperó el buen humor.

—Beni, déjala ir. Mejor busca a alguien que sí te quiera de verdad y te haga feliz.

Por fin, Benicio apartó los ojos del canal y la miró directamente.

—Beni… —susurró Cristina, esbozando una sonrisa.

—Vámonos —dijo Benicio de pronto—. He pasado demasiado tiempo fuera de la empresa, y eso me deja inquieto.

—Ah… sí, claro. Además, justo ya extraño a Gregorio, Ernesto y a los demás.

—Ajá —asintió Benicio, sacando el celular—. ¿Tú a dónde vas a volar?

Cristina se quedó sorprendida.

—¿Yo? Pues contigo, ¿no? ¿No vamos a regresar juntos a Puerto Maristes?

Benicio revisó su boleto.

—Yo quiero pasar primero por Nube de Sal.

—¿Vas a Nube de Sal? ¿A qué vas allá?

[Ya tengo el boleto a Nube de Sal. Llego en tres horas.]

Cristina al fin pudo respirar tranquila.

Tres horas… ¿Quién llegaría primero?

Mientras tanto, Estefanía viajaba más ligera que nunca. Sentía que por fin se había desatado de una cadena invisible. Y justo en el siguiente destino, pudo reencontrarse con su tía.

Aunque el itinerario de la gira no incluía esa ciudad, Estefanía había estado en contacto constante con su tía y habían acordado verse ahí.

Al llegar al hotel, Estefanía la reconoció de inmediato en el lobby.

Aunque no se habían visto muchas veces, no podía equivocarse: su tía y la abuelita se parecían mucho. Su tía, que tomaba café sentada entre varias personas, también la reconoció al instante.

—¡Fani! —la recibió con un abrazo apretado—. ¡Ya estás toda una mujer!

La última vez que se vieron, Estefanía era apenas una niña.

Como esa noche no habría función y el grupo podía descansar, Estefanía salió sola con su tía.

Su tía ya sabía lo de la pierna, y al verla en persona se notaba aún más preocupada.

Estefanía, por su parte, intentó tranquilizarla. Sabía reconocer cuándo el cariño era verdadero, y con su tía no había dudas: ella sí se preocupaba de corazón.

Ambas eran las personas que más tenía presentes la abuelita, así que lo primero que hicieron fue llamarla por videollamada, para que pudiera ver cómo, por fin, su hija y su nieta estaban juntas.

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