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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 283

Pero Viviana dijo que, por ahora, no había nada concreto, aunque últimamente Cristina y Gregorio estaban muy cercanos; aunque, a decir verdad, siempre habían sido así.

—Estefanía, le pedí que siga buscando pistas. ¿Nos esperamos un poco más? —dijo Viviana al otro lado de la línea.

—Gracias, Viviana. Por cierto, te traje un regalo, pero aún no he tenido tiempo de dártelo. En unos días nos vemos y te lo entrego —respondió Estefanía, resignada a seguir esperando. Esperaba noticias de Viviana y también de la policía.

Gilberto le insistía en que debía dormir y descansar, pero ¿cómo iba a lograrlo?

Se recostó en la cama y apagó la luz. Aunque intentó hacerle caso a Gilberto y no pensar en nada, su mente era puro estruendo, como si dentro de su cabeza retumbara un trueno interminable.

Su cuerpo ya estaba agotado al extremo. Intentó cerrar los ojos, buscando dormir un poco y recuperar fuerzas, pero apenas el sueño comenzaba a envolverla, la invadían pesadillas. Soñaba con la cara de su abuelita, escuchaba su voz llamándola: “Fani, Fani, ayúdame”.

Despertaba de golpe con el corazón a punto de estallar.

En sus sueños, la abuelita estaba tan delgada que sus rasgos se veían deformados, vestía ropa azul, encorvada, murmurando súplicas en su dirección.

Todo era tan nítido.

Jamás había soñado con alguien de manera tan real; podía distinguir cada arruga de su cara, cada cabello blanco en su cabeza.

Era tan vívido, que hasta en sueños sentía el corazón hecho trizas.

Al despertar, Estefanía se apretaba el pecho y, en la penumbra, soltaba lágrimas en silencio: “Abuelita, ¿dónde estás?”.

Pasó así la noche, entre insomnio y sueños repetidos, flotando en un mar de angustia. Siempre el mismo cuadro, una y otra vez, hasta llegar a pensar que, quizá, su abuelita sí estaba viviendo todo eso que veía en sus sueños.

Y, de pronto, en la mañana, sucedió lo inesperado: le llegó un mensaje.

Un número desconocido pidió agregarla como contacto. La nota decía: [¿Quieres saber dónde está tu abuelita?]

El cansancio desapareció de golpe. Sin dudarlo, aceptó y enseguida escribió: [¿Dónde está mi abuelita? ¿Quién eres?]

La otra persona no contestó de inmediato, sólo envió un video.

Estefanía lo abrió y casi se desmorona.

En el video, la abuelita aparecía en una habitación oscura y destartalada, acostada de lado en una cama negra, encorvada, tan flaca que parecía una rama seca. ¡¿Cuánto tiempo había pasado para que, de tener sólo unos cuantos cabellos plateados, ahora casi toda su cabeza estuviera blanca?!

¡Si antes de tomar el avión, acababa de hacer videollamada con ella!

¡Ni de cerca tenía tanto cabello blanco!

Si no fuera porque la cámara se acercó de manera tan brutal a la cara de su abuelita, Estefanía no lo habría creído. ¡Pero sí era ella!

La abuelita estaba tan delgada que su cara se había deformado, los ojos hundidos, la piel reseca, curtida y oscura. Las arrugas parecían como la corteza agrietada de un árbol viejo.

Mientras veía el video, las lágrimas no dejaban de correrle. Le temblaban las manos al escribir en el celular, llorando y reclamando al mismo tiempo: [¿Quién eres? ¿Dónde tienes a mi abuelita? ¿Qué quieres?]

La respuesta llegó: [¿Lo viste bien? Es tu abuelita, ¿verdad?]

[¡Deja de jugar!] —escribió Estefanía, furiosa.

La otra persona envió: [Treinta millones.]

Estefanía no dudó ni un segundo: [¡Dame la cuenta bancaria!]

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