Los ojos del anciano se movieron inquietos, evitando mirar de frente. Sin embargo, bajo el interrogatorio de la policía, no tuvo más remedio que confesar: le había dado diez mil pesos en efectivo a ese muchacho, además de prestarle el celular un momento.
Al preguntarle si conocía a esa persona, el anciano solo recordaba que era un joven, de poco más de veinte años, de aspecto enérgico.
Al escuchar eso, Estefanía no tardó en sospechar: tenía que ser Ariel...
La policía solo pudo regañar al anciano, explicarle lo grave de la situación, y luego continuar con la investigación.
Dada la situación de Estefanía, ni Gilberto, ni Mateo, ni mucho menos la policía, le recomendaron seguir esperando en la comisaría, pues no tenía sentido.
Inquieta y con el corazón apachurrado por la ansiedad y la decepción, Estefanía no tuvo más remedio que regresar al hotel.
Por la tarde, Gilberto seguía sin aparecer.
Estefanía no tenía idea de en qué andaba su hermano. Los minutos se le hacían eternos, hasta que recibió un mensaje de Viviana: [¡Ya encontré el lugar!]
Acto seguido, Viviana le envió la ubicación exacta.
Estefanía sintió que las lágrimas no tardarían en salirle. ¡El novio de Viviana sí que era bueno para estas cosas!
De inmediato, le reenvió la información a Gilberto. Después, llamó a la comisaría.
—Tengo información sobre el paradero de mi abuela, alguien sabe dónde está —dijo, casi sin aliento—. Les paso la dirección.
El teléfono de Gilberto sonó poco después.
—Fani, ya casi llego. No hace falta que vengas —le contó su hermano, con voz firme.
—¿Sabes dónde es? —preguntó ella, sorprendida—. ¿Ya viste a la abuela? ¿Cómo está?
—Todavía no, pero estoy a punto de llegar. Quédate en el hotel, ¿sí?
—¡Hermano! ¿Quién fue? ¿Viste quién la tenía? ¿Acaso fue...? —No se atrevía a decir el nombre, porque no quería imaginar que alguien pudiera ser tan miserable.
Gilberto tardó un segundo en responder, pero su silencio lo dijo todo.
—Sí.
Estefanía soltó una mueca amarga, sintiendo cómo se le congelaba el alma.
Que sus padres y Ariel se hubieran llevado a la abuela ya era un hecho. Pero en el fondo de su corazón, todavía guardaba una pizca de esperanza: tal vez solo querían el dinero, tal vez solo la usaban para chantajearla. Jamás habría pensado que llegarían tan lejos como para maltratarla.
No podía ni imaginar cuánto habría sufrido la abuela en manos de esos tres desgraciados. ¿Cuánto dolor tenía que soportar alguien para terminar así?
—Hermano, quiero ir. ¡Yo también quiero ir! —La voz de Estefanía traicionó toda su desesperación; ya no le importaba nada.
Tenía que ver a su abuela. Le preocupaba tanto que dudaba si podría sobrevivir a todo esto. Y si algo le pasaba, entonces que todo se hundiera junto a esos tres infelices.
Gilberto dudó apenas un instante.
—Está bien. Que Mateo te lleve.
...
En las afueras de la ciudad, un almacén abandonado.
Llevaba años sin ser habitado. Por dondequiera había tablas viejas, materiales llenos de polvo y un olor nauseabundo que impregnaba el aire.
Durante las dos semanas que estuvo en Nube de Sal, entraron a la fuerza a su casa, la amarraron, la dejaron sin comer. Solo le daban media taza de avena al día para mantenerla viva, pero ni eso bastaba.
Cuando Fani la llamó por videollamada y le dijo que estaba más flaca, la abuela pensó: “¿Cómo no? Ya ni caminar puedo, apenas y hablo”.
El último día en Nube de Sal, la avena llevaba laxante. Tras eso, supo que su cuerpo ya no podía más.
Al llegar a Puerto Maristes, la arrojaron en ese almacén y continuaron dándole media taza de avena con laxante cada día. Ya ni fuerzas tenía para levantarse, y el laxante la dejaba empapada en sus propios desechos.
En ese estado, ya ni ganas tenía de vivir.
Y, para ser sincera, tampoco veía cómo podría sobrevivir.
Marcelo le forzó la avena. Hasta ese día, podía tragar a duras penas, pero esa vez, ni eso. La avena se desbordó por la comisura de sus labios y se fue desparramando por la cama.
—¡Te doy de comer y ni así! ¡Vieja inútil! —Marcelo le dio una bofetada.
La abuela seguía sin moverse. Ya ni distinguía el rostro de ese infeliz, pero, de manera extraña, la imagen de Fani se le hacía cada vez más nítida.
Recordó cómo Fani aprendió a hablar, cómo bailaba de niña, el accidente de carro, el día en que fue al aeropuerto y le dijo: “Abuelita, espérame, voy a ir por ti...”
Una lágrima se deslizó por la esquina de su ojo.
Fani, abuelita ya no podrá esperarte.
Lo que me prometiste, que serías feliz, espero que lo cumplas.
En la próxima vida, mejor no seas mi nieta. Me daría mucho miedo volver a fallarte...

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Es verdad sale muy caro liberar capitulos...
Muy bonita la novela me encanta pero pueden liberar mas capitulos yo compre capitulos pero liberar mas capitulos sale mas caro...
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...