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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 332

—¡Beni! ¡Beni! —Cristina y Gregorio corrieron tras él.

Pero Benicio ya se había esfumado.

Dentro del salón, la proyección terminó y Mateo salió a pedir disculpas, pero nadie le prestó mucha atención. Después de todo, el protagonista del día era el señor Gabriel, y todos estaban allí por él.

Estefanía miró hacia la puerta del salón, luego le dijo a Gilberto, que estaba a su lado:

—Hermano, hay gente que se especializa en agarrar lo que no les pertenece. Eso hay que cobrárselo, ¿no?

Gilberto asintió.

—Totalmente de acuerdo.

La velada siguió su curso. Afuera, Cristina y Gregorio se detuvieron y miraron hacia el interior, inundado de luz, pero ya no podían reunir el valor para regresar.

Cristina tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Gregorio, es que ese día... sí estaba borracha, pero cuando me acuerdo... no lo puedo aceptar...

—Lo sé —Gregorio contestó—. Solo querías volver con Beni. Todos queremos verte de nuevo con él. Pero ahí está Estefanía, esa mujer ambiciosa, ocupando el lugar que te corresponde.

Cristina solo lloró, en silencio.

En ese momento, el celular de Gregorio sonó. Vio la pantalla: era Fabiana, su esposa. Se le encendió el enojo: “Cuando te escribo, ni me pelas y ahora sí me llamas, ¿no?”

No contestó, simplemente colgó.

Fabiana insistió con otra llamada, pero él ya no le hizo caso. Mientras, Cristina seguía llorando tanto que los ojos se le estaban hinchando.

—Vámonos, mejor —le dijo Gregorio—. Esta fiesta ya no tiene sentido para nosotros.

Sacó el carro del estacionamiento. Apenas habían avanzado unos cien metros cuando Gregorio recibió un mensaje de Fabiana:

[Gregorio, ¿puedes venir al hospital? Mi mamá está mal.]

Gregorio soltó una risa sarcástica. “¿No que muy valiente? Al final, igual necesitas de mí.”

No respondió el mensaje.

—¿De qué están hablando? ¿Cuándo las ha estafado ella?

Las mujeres soltaron una carcajada desdeñosa.

—¿Que de qué? Fingió que era amiga del señor Gabriel, usando el título de asistente de su empresa, y nos prometió que si la alianza salía nos iba a ayudar a todas. ¿Eso qué es, sino estafa?

—¡Y todavía se quedó con nuestros regalos! Que devuelva hasta la última bolsa y labial que le dimos. Mejor que vomite toda la comida que se tragó con nosotras.

Gregorio volteó a ver a Cristina. La vio tan pálida y nerviosa que entendió que aquellas palabras no eran ninguna mentira.

—Gregorio... yo de verdad pensé que la alianza iba a salir. Es normal hacer negocios así, ¿no? —susurró Cristina, con miedo.

—¿Tú crees que engañar a la gente es hacer negocios? ¡Bájate! Si no, te juro que te rompo el carro —le gritó una de las chicas, golpeando la ventana con tanta fuerza que el ruido retumbó en sus oídos.

Cristina, aterrada, bajó apenas un poco la ventana. Pero en cuanto lo hizo, una mano se coló por la rendija y le jaló el cabello con fuerza.

Cristina gritó de dolor, incapaz de soltarse.

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