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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 333

Pero las chicas no mostraron la menor intención de soltar a Cristina; al contrario, la sujetaban cada vez con más fuerza.

Gregorio, al ver la escena, soltó un grito y bajó del carro para ayudar, pero de repente, otro carro se atravesó frente a ellos a toda velocidad. Antes de que el vehículo se detuviera por completo, varios hombres vestidos de negro bajaron de golpe, bloqueando el paso de Gregorio. Sin decir ni una sola palabra, comenzaron a golpearlo sin piedad.

Gregorio apenas podía defenderse, y del lado de Cristina, una de las chicas seguía jalándole el cabello con furia mientras otra abría la puerta del carro.

Cristina fue arrastrada fuera del vehículo a la fuerza.

—¡Devuelve las cosas! ¡Devuelve el dinero! ¡Eres una mentirosa!

El caos se desató en segundos: patadas, puñetazos, gritos. No había forma de defenderse para Gregorio ni para Cristina.

En medio de la confusión, ambos recibieron golpes de todos lados, sin alcanzar a distinguir quién los atacaba.

Las dos bandas llegaron y se fueron como un vendaval, dejando atrás solo el eco de sus pisadas. Tras la golpiza, cada grupo subió a sus carros y desapareció en la noche. Antes de irse, una de las chicas aún alcanzó a gritar:

—¡Recuerda pagar lo que debes! ¡Si no, te va a ir peor!

Gregorio y Cristina quedaron tirados en el suelo, tan adoloridos que no podían ni moverse.

Desde que se graduó, Gregorio jamás había vivido algo así. De inmediato quiso llamar a la policía, pero Cristina lo detuvo.

—¡No, Gregorio, por favor no llames a la policía! —suplicó ella, con el cabello hecho un desastre, la cara hinchada y llena de manchas de maquillaje corrido. Apenas podía hablar de lo hinchados que tenía los labios—. Si llamas a la policía, ¿no me va a caer el problema también a mí...?

Además de los engaños que había hecho, Cristina tenía un montón de líos encima. Moría de miedo de que Gabriel se enterara de todo y la dejara en evidencia.

Gregorio tenía todo el rostro tan inflamado que parecía irreconocible, la nariz le sangraba y sentía un sabor metálico en la boca. Escupió y, para su sorpresa, vio que había perdido dos dientes.

—¡Malditos desgraciados! ¡Cómo se atreven a golpear así! Si llego a descubrir quiénes son... ¡no se la van a acabar! —lanzó Gregorio, mirando a Cristina—. ¿Así nada más vamos a dejar esto?

Cristina, sintiéndose humillada, se tapó la cara y rompió en llanto.

—No sé qué hacer... no sé...

Gregorio soltó un suspiro.

—Lo entiendo. Si todo hubiera salido bien, solo habría sido un negocio más. Eso que nos quedábamos no era nada fuera de lo común.

—Gregorio... —Cristina lloriqueó, entre sollozos—. Eres el único que me entiende, siempre has sido el mejor conmigo...

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