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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 348

Al salir de la clínica, Gilberto hizo que Estefanía y la abuela subieran primero al carro, y luego regresó para buscar al doctor Torres.

Unos veinte minutos después, por fin salió del consultorio. Le dedicó una sonrisa a Estefanía.

—Todo en orden, acabo de hablar con el doctor Torres y revisamos de nuevo el tratamiento. Todavía nos queda un mes aquí en Puerto Maristes, ¿no? Así que este mes venimos diario para las sesiones de acupuntura y la rehabilitación. Vamos a ver qué tanto avanzamos en este tiempo.

Estefanía, en el fondo, no tenía mucha fe, pero al ver la mirada esperanzada de la abuela y Gilberto, no se atrevió a decepcionarlos, especialmente a la abuela. Sonrió y respondió:

—Bueno, está bien.

Desde entonces, la vida de Estefanía se volvió completamente rutinaria, yendo todos los días entre la clínica y la casa, como si viviera en un ciclo sin fin.

...

Una semana después, Gilberto le avisó que ya podían reunirse con Benicio para formalizar el cambio de acciones.

Él mismo se ofreció a acompañarla.

Lo que Gilberto no le mencionó a Estefanía fue que si no fuera porque su abogado estuvo presionando constantemente, Benicio habría seguido postergando el asunto.

En realidad, lo que Estefanía tenía que hacer era muy simple. Todos los papeles y acuerdos ya habían sido revisados por Gilberto, así que ella solo tenía que llegar, firmar y listo.

Así fue: apareció, firmó, y apenas cruzó palabra con Benicio. Casi todo lo necesario lo resolvió Gilberto.

Apenas terminaron los trámites, Estefanía se volteó para irse. Benicio quiso alcanzarla, pero casi choca con una barrera humana.

Era Gilberto, que se había puesto en medio.

Benicio, frustrado, murmuró:

—Hermano...

—No me llames así, yo no tengo hermanos —le soltó Gilberto con un tono cortante—. Como se acordó, haz la transferencia a la cuenta de Estefanía dentro del plazo. Si tienes algo más que decir, habla con el abogado.

Vio cómo Estefanía ya comenzaba a bajar las escaleras. Benicio, entre molesto y apurado, gritó:

—¡No te olvides que aún no estoy divorciado de Estefanía! ¡Todavía quedan treinta días de reflexión, puedo echarme para atrás cuando quiera!

—¡Tengo algo que decir! ¡De verdad tengo algo más! —gritó Benicio, desesperado.

Gilberto bajó el vidrio, mirándolo con una expresión que decía: “Será mejor que sea importante”.

Benicio en realidad no tenía nada.

Por dentro, buscaba desesperadamente alguna excusa. De pronto, se le ocurrió algo y soltó apresurado:

—¡Cierto, Estefanía! ¿Qué piensas hacer ahora con tu papá, tu mamá y tu hermano? ¿Ya tienes un plan?

Era lo único que se le ocurrió, aunque sabía que era inútil. Gilberto nunca dejaría pasar los delitos de esa familia; incluso estaba seguro de que Gilberto ya los había denunciado por maltrato.

—Quiero decir, lo de la empresa de Ariel Navas… ¡Ariel y yo todavía tenemos negocios pendientes! Dime qué hago, tú decides, yo sigo tus instrucciones —añadió, respirando agitadamente—. Y, además, Ariel no tuvo nada que ver con el maltrato. ¿Qué va a pasar con él?

Gilberto y Estefanía lo miraron como si fuera un completo idiota.

Finalmente, Benicio, derrotado, soltó la ventanilla y dio un paso atrás.

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