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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 359

—¿Sí? ¿Será que me estoy confundiendo? —Ernesto arrugó la frente, con expresión perdida—. No puede ser...

—Déjame ayudarte a buscar —Gregorio revisó rápidamente los mensajes entre Ernesto y Beatriz, y justo encontró una captura de pantalla. Sin pensarlo, la borró en un instante y le devolvió el celular a Ernesto—. Mira, te digo que no hay nada.

Ernesto: ???

Pero si Gregorio lo decía, debía tener sus motivos. Seguramente era por el bien de Beni. Pues si no hay nada, ni modo...

—A lo mejor sí me confundí... —susurró Ernesto, celular en mano.

Benicio dejó de prestarles atención y se levantó dispuesto a marcharse.

—¿A dónde vas? —le preguntó Gregorio.

Benicio ni siquiera tenía idea de su propio destino.

En el fondo, reconocía que en los últimos cinco años nunca sintió muchas ganas de volver a casa. Sobre todo después de casarse. Le aterraba regresar y encontrarse con Estefanía. Le asustaba esa forma en que ella lo colmaba de amor, pero más que nada, le dolía demasiado ver su pie lastimado. La culpa y el remordimiento pesaban sobre él como una montaña, tanto así que ni siquiera podía cumplir con ella como esposo. No era que no quisiera, sino que cada vez que miraba ese pie, la culpa lo ahogaba y le impedía entregarse.

Y así, todo se volvió un círculo vicioso: mientras más presión sentía, menos podía; y entre menos podía, más presión se le acumulaba...

Intentó incluso acudir con un psicólogo, pero nada cambió.

Con el tiempo, empezó a temerle a su propio hogar. Terminó por volver cada vez más tarde, a veces hasta la madrugada.

Excusas tenía de sobra: reuniones con amigos, compromisos con clientes, pero la que más usaba era la del trabajo.

Y sí, la mayoría del tiempo sí se quedaba hasta tarde en la empresa. Muchas noches lo sorprendía la madrugada solo, en la oficina.

Pero, por tarde que fuera, siempre tenía claro a dónde regresar: a casa.

Fuera por deber o por cualquier otra cosa, volver a casa era para él tan automático como trabajar.

Pero ahora, la casa seguía estando ahí, solo que al salir de la oficina ya no sabía a dónde ir.

Pero Ernesto ya se alejaba con su carpeta de documentos.

—Ya me voy, ni les cuento, seguro me esperan para cenar.

—Vamos, Benicio —insistió Gregorio, jalándolo del brazo.

—¿A dónde? —Benicio frunció el ceño.

—¡A pasarla bien! A echarnos unos tragos y buscar unas chicas para cantar.

Benicio se soltó de su agarre.

—No voy.

—¡Qué hipócrita eres! —Gregorio reviró—. Antes, con Estefanía, nunca quisiste ir a esos lugares. Ahora ya están separados y tampoco quieres. ¿Entonces para qué trabajas tanto y ganas tanto dinero? ¡El dinero es para gastarlo en fiestas, en mujeres, para divertirse! Si no, ¿de qué sirve tener tanto? ¿Para contar los billetes nada más?

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