“‘Nunca podrás volver a bailar’... esas palabras, para ella y para él, fueron como una sentencia de muerte.
Todavía recordaba la reacción de Benicio al escuchar esa frase. Tras la conmoción inicial, parecía como si le hubieran arrancado el alma de golpe.
Desde ese instante, el Benicio lleno de vida desapareció.
Ambos quedaron atados por la misma cadena del ‘siempre’: ella perdió para siempre el escenario, y él, condenado a cargar esa culpa eternamente.
‘Le fallé’, esa frase se volvió una losa imposible de cargar para él.
A partir de entonces, Benicio dejó de existir; solo quedó el esposo de Estefanía: una especie de robot, vacío, sin emociones, navegando su vida como esposo, yerno y cuñado, cumpliendo con sus deberes sin chispa, como si fuera solo otro trámite de la vida.
Pero ahora... había vuelto a la vida.
Cristina regresó y con ella trajo de vuelta la luz a su mundo.
Benicio empezó a sonreír otra vez, sus ojos volvieron a brillar con esa chispa, con ese fuego.
Estefanía suspiró profundo en su interior. Viéndolo así, ¿por qué no podía simplemente dejarla ir y dejarse en paz a sí mismo?
—Llegamos.
La voz de Benicio la sacó de su ensimismamiento. Ya habían llegado al estacionamiento subterráneo del edificio donde vivía su familia.
Ella bajó del carro sin decir palabra, mientras Benicio abría la puerta y comenzaba a sacar lo que traían en la parte de atrás.
Al voltear, vio que no solo traía cigarros y botellas caras para su padre, también un enorme paquete de regalo cuyo contenido no lograba descifrar.
Eran tantas cajas que Benicio tuvo que hacer tres viajes para meter todo al elevador.
Si los amigos de Benicio lo vieran ahora, seguro estarían murmurando pestes de ella a sus espaldas. Dirían: ‘Esa mujer nació para hundir a nuestro Beni. ¿Quién se cree, hija de un don nadie, y nuestro Beni, con su posición, ahí andándole haciendo el mandado a su familia como si nada?’
No pudo evitar una sonrisa sarcástica.
En el fondo, ni siquiera era cuestión de lo que pensaran esos amigos. Hasta ella misma sentía que Benicio no tenía por qué hacer todo eso. Una familia tan ambiciosa y poco agradecida no merecía tanto.
En ese momento, Benicio entró con la última caja y, al ver la sonrisa desdeñosa en el rostro de Estefanía, apretó el botón del elevador y le preguntó:
—¿De qué te ríes?
—De nada —contestó ella. ¿Qué le iba a decir, que se reía de lo tonto que era?
El elevador subió hasta el piso donde vivía su familia.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...