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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 4

Benicio siempre decía que, si no estaba con ella, lo mejor era que se quedara en casa.

Pero ellos no sabían la verdad.-

Lo que más le aterraba a Estefanía era salir acompañada de Benicio; le daba más miedo que andar sola por la calle.

Porque cada vez que salían juntos, podía leer en los ojos de la gente: “¿Cómo es posible que un hombre tan exitoso tenga por esposa a una lisiada?”

Pidió un carro y se dirigió al hotel.

Durante el trayecto, se quedó mirando la ciudad a través de la ventana, distraída, hasta que de pronto reconoció el carro de Benicio estacionado en la calle.

—Espere, por favor, ¿puede parar aquí? —le pidió al conductor.

El carro de Benicio estaba justo a la entrada de un restaurante.

Según lo que Cristina había publicado en redes sociales, ayer había invitado un amigo de Benicio, y hoy le tocaba invitar a él.

Sin pensarlo demasiado, Estefanía bajó del carro.

Al llegar al restaurante, una empleada la abordó de inmediato.

—Ya hay alguien adentro, señorita Estefanía —le informó, mencionando el número final del celular de Benicio.

El mesero la condujo hasta la puerta de un salón privado.

—Aquí es.

—Gracias —le respondió Estefanía, agradecida.

La verdad, ni ella misma sabía bien por qué había ido. En casa, una oleada de impulsos la había empujado a salir, pero ahora que estaba ahí, ni siquiera se atrevía a empujar la puerta.

Desde adentro llegaban risas y voces animadas.

—Hoy no puedo regresar tarde, ni tomar nada. Ayer llegué borracho y la fiera de mi mujer se puso como loca —decía uno de los amigos de Benicio.

—¿Y ese eres tú? ¿No que tu hermana era tu prioridad ante cualquier cosa, aunque llegara el mismísimo rey? Ahora resulta que eres mandilón. Solo Benicio sigue siendo compa de verdad —respondió Cristina, con una voz tan dulce que casi empalagaba.

Así que Cristina era ese tipo de persona.

Así que ese era el tipo de mujer que le gustaba a Benicio.

Qué ironía. Ella no era así; ni actuando podría fingirlo.

Adentro, los amigos de Benicio seguían con el tema:

—Eso, sí. Hubieras arreglado todo con unos pesos y listo. No tenías que sacrificar tu felicidad para siempre.

—En serio, deberías pensarlo. Mejor te hubieras traído una imagen de una virgen a tu casa, le prendes velas y hasta te puede bendecir los días de quincena. Pero, ¿para qué casarte con alguien así?

—Sí, ¿qué puede hacer por ti? No puede acompañarte a las reuniones, ni siquiera puedes confiar en que te sirva una bebida sin que la tire. Beni, ¿así es como tomas agua en casa?

Las carcajadas retumbaron dentro del salón privado. Entre ellas, la risa escandalosa de Cristina sobresalía.

—¡Beni, de verdad, tu esposa camina así? —se burló Cristina, sin el mínimo pudor.

Estefanía, pegada a la puerta, sintió que la sangre se le subía a la cabeza. El coraje y la humillación la sacudieron por completo, tanto que perdió el equilibrio.

Sin pensarlo, empujó la puerta y entró.

La escena que encontró era un circo: todos riendo sin control.

Uno de los amigos de Benicio, Gregorio, tenía un vaso de agua en la mano y caminaba exagerando una cojera, poniendo voz chillona:

—¡Beni, Beni, Beni, toma agua, Beni! ¡Uy, me caí! ¡Beni, ayúdame!

Estefanía miró a Benicio, con el corazón encogido de esperanza, deseando que su esposo, el hombre al que tanto amaba, hiciera algo, dijera algo, que la defendiera en ese instante.

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