Por supuesto, esas palabras jamás podía decirlas en voz alta. Si lo hacía, sus papás armarían tal escándalo que sería imposible salir de ahí, y solo haría más difícil poder irse de ese lugar.
Olivia volvió a la carga, sermoneando como de costumbre:
—Mira nada más, ya llevas cinco años de casada. Apúrate y dale un hijo a tu esposo, así lo amarras, ¿no ves? Si tú no tienes un hijo, allá afuera hay quien sí se lo da. ¿Por qué eres tan cerrada? Te lo advierto, si este año no sales embarazada, ni se te ocurra regresar a esta casa…
—Te lo digo en serio, tú en esta vida ya no sirves para nada, ni pienses que vas a poder mantenernos cuando estemos viejos. Lo único que puedes hacer es aferrarte a tu esposo, si no es por ti, hazlo por la familia. ¿Qué vamos a hacer tu papá y yo cuando seamos viejos? ¿Qué será de tu hermano después?
Olivia no dejaba de hablar, repitiendo lo mismo una y otra vez junto a su oído.
Ya estaba harta.
Cada vez que su familia le pedía algo a Benicio, ella deseaba que la tierra se la tragara.
Su dignidad, la poca que le quedaba en el matrimonio, era pisoteada y aplastada cada vez que la familia le exigía cosas a Benicio.
La generosidad de Benicio con el dinero solo había hecho que su familia se volviera más descarada, pero solo ella sabía que, en el fondo, Benicio despreciaba a ese tipo de personas tan interesadas. ¿De verdad creían que Benicio sentía algún aprecio por ellos?
—¡Ya basta! Si vuelven a pedirle cosas o dinero a Benicio, entonces mejor me divorcio de él —ya no aguantaba más, lo soltó de golpe.
Olivia la miró con burla y soltó una carcajada:
—¿Tú? ¿Divorciarte de tu esposo? ¿Y luego qué, te vas a ir a pedir limosna? ¿Sin tu esposo crees que podrías vivir? ¿O te vas a vender? ¿Acaso tienes a alguien más afuera? Piensa bien, ¿qué hombre va a fijarse en ti? ¿Qué te van a ver, la pierna mala? ¿O que no sirves para nada? ¿O que ya estás vieja?
Eso era su madre, ese era el ambiente en su casa. ¿Cómo iba a querer regresar? Cada vez que volvía era un martirio.
—¡Perfecto! Entonces me voy, ahorita mismo me salgo a pedir limosna —dijo, y se levantó para dirigirse a la puerta.
Su mamá le gritó por la espalda, con ese tono seco que se le daba tan bien:
—¿Y tú con esa pierna, a dónde crees que vas a llegar? Si no te da vergüenza, a mí sí me la das. Cuando regrese tu esposo y pregunte, ¿quieres que le diga que te fuiste a vender?
Estefanía se quedó parada en la puerta, dándole la espalda a su madre. Se mordió el labio con tanta fuerza que le salió sangre, conteniéndose para no llorar.
“Venderse”, esa palabra era la mayor expectativa que su mamá tenía para ella.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...