—Toma, yerno, prueba este muslo de pollo —la madre de Estefanía, Olivia, le sirvió el trozo más grande a Benicio con una sonrisa tan forzada como su amabilidad.
—No, no, no, mejor déselo a mi suegro. Hoy es su día, no quiero quitarle el gusto —Benicio apartó su tazón, fingiendo humildad.
Estefanía se aguantó una risa. Benicio jamás había sido fan de la comida de su familia, eso lo sabía de sobra. Prefería los sabores picantes, pero sin nada grasoso. Ese pollo, bañado en una gruesa capa de aceite, era justo lo que él más evitaba. Era como si su madre hubiera preparado el platillo solo para torturarlo.
Pero la efusividad de Olivia era imparable. No importaba cuántas veces Benicio le dijera que no, ella seguía llenándole el plato. En cuestión de minutos, su tazón parecía una montaña de comida.
Estefanía lo miró, notando la expresión de sufrimiento que Benicio intentaba disimular. Solo pudo pensar: ¡Te lo mereces! Antes, habría deslizado un poco de comida de su tazón al suyo, ayudándolo sin que nadie lo notara. Pero hoy no pensaba hacerlo.
¡Te toca comértelo solo!
Benicio le dirigió varias miradas suplicantes, pero Estefanía fingió no verlo. Él, resignado, solo pudo comer a pequeños bocados, luchando con cada bocado.
Fue entonces cuando Olivia arrancó con su verdadero propósito.
—Fani, hija…
Ahí estaba. Cada vez que su madre la llamaba “Fani” usando ese tono, era porque necesitaba algo. Y siempre la usaba de intermediaria: la petición era para Benicio, pero la presión recaía sobre ella.
Olivia sabía jugar sus cartas. No podía ir directo al yerno, así que se quejaba con la hija, asegurándose de que Benicio escuchara. Así funcionaba esa casa: Estefanía, la herramienta útil de la familia.
—Fani, hija… —Olivia sonrió con los ojos entrecerrados—. ¡Tenemos buenas noticias en la familia!
Estefanía no respondió. Las “buenas noticias” en su casa casi siempre significaban que alguien iba a pedir dinero. Si no era para una fiesta, era para resolver algún problema, pero nunca era para compartir alegría de verdad.
Olivia, al ver que su hija no mordía el anzuelo, continuó:
—Ariel ya tiene novia.
Estefanía guardó silencio, pero Benicio, queriendo ser cortés, intervino:
—Eso sí que es bueno, felicidades.
Estefanía apenas pudo contener una mueca sarcástica. ¿Felicidades? ¿Y cuánto costaba ese “felicidades”?
Olivia se animó al instante.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Baile de Despedida del Cisne Cojo
Muy bonita novela desde principio cada capítulo es un suspenso...