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El Baile de Despedida del Cisne Cojo romance Capítulo 43

El celular de Benicio vibró de repente, cortando la música en seco.

En la pantalla apareció el nombre: Cris.

Ese nombre, corto y tan familiar, también detuvo las lágrimas de Estefanía, como si le hubieran apretado un botón invisible.

Benicio apagó el bluetooth y se orilló para contestar la llamada.

Estefanía no podía distinguir qué decían del otro lado, solo veía cómo la cara de Benicio se volvía cada vez más seria, como si una sombra le recorriera el semblante.

—Voy para allá —dijo Benicio al colgar, luego la miró—. Estefanía, te llevo a casa primero. Cris está enferma, tengo que ir a verla.

Nada fuera de lo esperado.

Estefanía abrió la puerta del carro sin mirarlo.

—No hace falta, yo me regreso sola.

—Estefanía…

Pero lo que él fuera a decirle se perdió tras el portazo que ella dio, seco, contundente.

Benicio tampoco intentó detenerla. Dio la vuelta y aceleró, alejándose sin mirar atrás, sin una pizca de duda.

Estefanía se quedó parada en la banqueta, mirando cómo el carro desaparecía al fondo de la calle. Se sentía hueca, como si alguien le hubiera arrancado el corazón con garras afiladas, y ni siquiera tuviera fuerzas para sentir dolor. Solo quedaba un vacío, profundo y frío.

Sacó su celular para pedir un carro, pero justo en ese momento sonó.

Era una llamada de paquetería.

—Buenas tardes, llegaron dos cajas de fruta para usted. ¿Se encuentra en casa?

¿Fruta? Ella no había pedido nada. —¿De dónde viene el envío?

—Es de aquí mismo en la ciudad. Son uvas, el remitente se apellida Navas.

Estefanía entendió de inmediato.

Era su abuela.

Desde que entró al internado, la abuela le cubrió la matrícula y los gastos. Sus padres jamás le dieron ni un peso. Para ellos, las hijas eran una inversión inútil, porque tarde o temprano se iban a casar, iban a pertenecer a otra familia, y gastar en ellas era tirar el dinero.

Además, como era bonita y había aprendido a bailar, su mamá soñaba con casarla en cuanto cumpliera dieciocho. La quería con un hombre adinerado para recibir una buena dote, y así beneficiar al hermano menor de Estefanía.

Cuando ella logró pasar el examen de ingreso universitario, sus padres solo querían que eligiera la normal de la ciudad, que era gratis. Así, podría ser maestra de danza, dar clases para ganar algo y ayudar en la casa.

Su papá lo dijo sin rodeos:

—Aquí no hay dinero para que estudies en otra ciudad. O te quedas en la normal gratuita, o dejas de estudiar.

No es que despreciara la carrera de maestra, pero había quedado en primer lugar en el examen de la mejor academia de danza. ¡Eso no pasaba todos los días!

De nuevo, fue la abuela quien la apoyó para que siguiera su sueño.

Cuando tuvo el accidente de la pierna, sus padres solo suspiraron y se lamentaron:

—¿Ahora cómo vas a encontrar un marido rico siendo así? —Y enseguida comenzaron a pensar cuánto podrían sacarle de compensación a Benicio.

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