Ava leyó el correo tres veces. La hora actual en la esquina de su pantalla marcaba las 12:32 PM.
Tenía horas hasta la reunión, pero los susurros de la mañana y la convocatoria repentina se mezclaron en su mente. Se levantó de su escritorio con un movimiento brusco.
"Voy a comer", anunció a nadie en particular y caminó hacia los elevadores sin esperar respuesta.
En lugar de bajar a la concurrida planta baja, presionó el botón del lobby y salió a la calle. El aire de Manhattan estaba cargado de humedad y el ruido del tráfico la golpeó.
No tenía hambre. La sola idea de comer le revolvía el estómago.
Caminó a paso rápido, alejándose del imponente edificio de Sterling Corp. Cruzó avenidas y calles, perdiéndose deliberadamente en la multitud anónima.
Tras varias cuadras, localizó una farmacia pequeña. Las letras del letrero estaban descoloridas.
Entró y el tintineo de una campanilla anunció su llegada. El lugar olía a desinfectante y a polvo.
Fue directamente al pasillo de productos de higiene femenina. Había docenas de cajas de colores brillantes.
Tomó una prueba de embarazo digital, la más cara. Luego, por si acaso, tomó otra de una marca diferente, una más sencilla con líneas de color.
Se acercó al mostrador. Un hombre mayor con gafas la miró sin interés.
—¿Será todo? —preguntó él.
—Sí —respondió Ava. Abrió su bolso y sacó un billete de su cartera, asegurándose de tener el monto exacto en efectivo.
Puso el dinero sobre el mostrador. El hombre lo tomó, lo contó y le entregó los productos en una bolsa de papel marrón.
Ava salió de la farmacia sin decir nada más. La bolsa se sentía pesada en su mano.
Regresó al edificio de oficinas por una entrada lateral. Evitó el lobby principal y tomó un elevador de servicio.
En lugar de presionar el botón de su piso, el 35, presionó el 42. Sabía que estaba en remodelación, casi vacío.
Las puertas del elevador se abrieron a un espacio cavernoso. El suelo de concreto estaba cubierto de polvo y los techos tenían cables expuestos.
El silencio era total. Siguió las señales de plástico hasta un baño de servicio al fondo del pasillo.
La dejó junto a la primera. En menos de un minuto, dos líneas rosas, intensas y definitivas, aparecieron en la ventana de resultados.
Se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo frío y polvoriento. El aire le faltaba.
Una imagen apareció en su mente con una claridad dolorosa. La oficina de Julian Sterling, hace casi tres años.
Podía sentir el peso de la pluma en su mano, el olor a cuero de las sillas. La voz grave de Julian, sin emociones.
Y las palabras de una cláusula específica, la número 7, grabadas a fuego en su memoria: "No se formarán lazos personales o familiares, incluyendo la concepción de un hijo, durante la vigencia de este acuerdo".
Recordaba la siguiente línea perfectamente. "La violación de esta cláusula implica la terminación inmediata del contrato y la activación de las cláusulas de penalización financiera".
Un pensamiento helado la recorrió por completo. El tratamiento de su madre. Las facturas del hospital, los cuidados de la enfermera, la medicación especializada.
Todo dependía del dinero que recibía cada mes. Un dinero que ahora se detendría.
Metió las dos pruebas de embarazo en el fondo de su bolso.

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