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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 289

Aunque vivió ahí tres años, Sofía nunca sintió esa casa como un hogar. Volver a ese lugar le resultaba insoportable, como ahora: un malestar que no era por no haber superado la relación, sino una especie de reacción postraumática.

Diego la tomó de la barbilla y la obligó a mirarlo.

—¿Lo odias tanto?

—Sí.

Ella apretó los puños.

Diego rio con amargura.

—Pero antes no eras así, ¿no estabas siempre esperando a que yo volviera pronto a casa?

—Si siguiera siendo la misma de antes, no me habría divorciado de ti.

La mirada de Diego se hizo más penetrante. La observó unos segundos más y luego la soltó, conteniendo la rabia.

Justo cuando estaba a punto de explotar, apareció Lucía.

Ella había estado esperando a Diego, pero cuando vio a la mujer en el asiento del copiloto, dudó unos segundos hasta que la reconoció.

Con gran sorpresa, abrió la puerta del auto. Iba a decirle “señora Villareal”, pero al recordar que estaban divorciados, se corrigió enseguida, con una sonrisa.

—Sofía, ¿qué haces aquí?

Fue entonces cuando notó las manos de Sofía atadas con el cinturón. La sonrisa de Lucía se borró y se volteó hacia Diego, alarmada.

—Señor, ¿qué… qué significa esto?

—¡Quítate! —gritó él.

Sofía no quiso mirar a Lucía ni hablar con alguien ligado a su pasado.

Pero la mujer, de la nada, se inclinó y trató de desatarle las correas de las muñecas.

Sofía la miró, sorprendida.

Lucía solía tener problemas de salud, pero siempre había obedecido a Diego al pie de la letra. Jamás se había atrevido a contradecirlo, y mucho menos frente a él.

—¿Qué haces? —Diego se molestó de inmediato—. ¿Ahora todos quieren llevarme la contraria?

Lucía, temblando de miedo, se detuvo de golpe y, sin atreverse a mirarlo, balbuceó:

—Señor… las muñecas de Sofía están rojas, pensé que podría dolerle…

Diego bajó la mirada y quedó impactado.

Las muñecas delicadas de Sofía estaban marcadas por la presión. Había apretado demasiado, cegado por la ira.

Pero ella seguía con una actitud indiferente, como si no pasara nada.

De la nada, lo invadió la furia.

—¡Si te dolía, ¿por qué no me lo dijiste?!

La mujer se fue preocupada, aunque dejó la puerta entreabierta, atenta a lo que pasaba.

Diego miró hacia abajo. Sofía permanecía serena, sin un rastro de miedo.

Incluso en sus brazos, consciente de que él podía comportarse como un animal, no mostraba pánico alguno.

Esa calma lo desconcertaba, porque significaba que ya no le importaba lo que él hiciera.

—¿No tienes miedo? —preguntó él, con voz grave.

—¿Miedo de qué? —respondió ella con seriedad.

Sabía que Diego no se atrevería a matarla.

Y de lo demás… ella misma se encargaría de que lo lamentara para siempre.

—Valiente —murmuró él, con una mezcla de enojo y admiración.

En el fondo, apreciaba ese carácter. No cualquiera podía enfrentarlo de esa manera.

Pero le irritaba que apareciera justo ahora, cuando más deseaba verla vulnerable.

Si ella hubiera mostrado un poco de comprensión, si lo hubiera calmado con dulzura, quizá él habría cedido.

En cambio, esa actitud solo lo llevaba a ser aún más duro.

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