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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 288

En lugar de contestar, Sofía lo miró con desconfianza, esperando a ver qué quería.

Diego volvió a preguntar:

—¿Por qué antes nunca te vi coleccionar tazas?

Sofía se molestó y preguntó:

—¿Estás intentando saber qué me gusta?

Con una seriedad inesperada, Diego respondió:

—Sí.

A Sofía se le revolvió el corazón, con un poco de amargura, pero al mismo tiempo le pareció ridículo.

Antes soñaba con tener este tipo de conversaciones con él, descubrir poco a poco quién era, conocer lo que le interesaba, encontrar lo bueno en él.

Ahora, en cambio, aunque el tema le resultara atractivo si se trataba de hablarlo con un amigo, con Diego se sentía vacío, absurdo.

Pura palabrería.

—No tiene nada que ver contigo.

Diego la miró fijamente.

—¿Es para ti o es un regalo?

Sofía lo miró de forma desafiante.

—¿Y qué? ¿Qué importa si lo compré para mí o para alguien más?

Diego hacía un esfuerzo por contenerse, pero esa evasiva lo estaba sacando de quicio. No quería discutir, pero se le escapó un tono autoritario y molesto.

—¡Dímelo!

—No tengo por qué decirte.

Sin previo aviso, Diego le arrancó la bolsa de compras de las manos.

Sofía, indignada, le gritó:

—¡Dámela!

Intentó recuperarla, pero Diego le sujetó la muñeca con fuerza, con una mirada muy seria y molesta.

—¿Es para Alejandro? ¡Respóndeme!

Sofía le dio una cachetada que resonó en toda la tienda.

Diego manejaba a toda velocidad.

Sofía, mirando el paisaje, preguntó con calma:

—¿A dónde me llevas?

Diego esperaba verla asustada o llena de rabia, como una señal de que aún le importaba. Pero esa serenidad le transmitía el mensaje contrario: que ya nada de lo que hiciera podía afectarla.

Un sentimiento de impotencia lo envolvió, el corazón le dolía de una forma punzante, continua, tanto que casi no podía respirar. Por eso no contestó nada: pisó más fuerte el acelerador.

Sofía, acostumbrada a su silencio, no se sorprendió.

Era algo que había aprendido en el matrimonio: la indiferencia era la norma.

Pensando en lo irónico que era todo, sonrió, mirando hacia adelante.

Pronto el entorno le resultó familiar y abrió los ojos, sorprendida.

Diego la había llevado de regreso a la villa en la que habían vivido tres años.

No era un hogar.

Jamás lo había sido.

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