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Él Eligió a Otra, Yo Elegí a Su Hermano romance Capítulo 434

Cuando Alejandro tenía tres años, le dijeron que iba a conocer a alguien a quien llamaban "mamá".

Había oído a otros niños hablar de esa palabra con cariño y cierta dependencia, así que esperaba ese encuentro que le revolviera el estómago de la emoción.

El día que vio a Pandora por primera vez, sintió que no podía decir nada.

Era tan linda y deslumbrante, que por un instante pensó que su mamá era la mujer más bonita y elegante del mundo.

Hasta le dio miedo hablarle.

Caminó con timidez hasta ella, se detuvo frente a sus tacones brillantes, abrió la boca y solo alcanzó a murmurar:

—¿Quién eres?

Pandora se agachó, lo miró de arriba a abajo unos segundos, con una expresión tan seria y crítica que al niño le dieron ganas de correr.

Antes de que lo hiciera, ella le pellizcó la mejilla con fuerza y dijo algo que él nunca olvidó:

—¿Este es mi hijo? Qué torpe... Ni siquiera sabe decir "mamá".

Su tono mezclaba sorpresa y desprecio.

El niño sintió una vergüenza tan fuerte que solo quiso desaparecer.

Esa misma noche, Pandora tenía un compromiso y se fue.

Ese primer encuentro de madre e hijo no duró ni una hora.

Después, vinieron años difíciles.

Hasta que cumplió siete años y se fue con ella de vuelta a Nueva Castilla.

Allí conoció a mucha más gente, algunas personas peores que ella, y se dio cuenta de que, en comparación, los arranques de Diego... hasta parecían soportables.

La vida en Nueva Castilla le abrió la mente, pero también le dejó claro algo: Pandora no sabía cuidar a un niño.

Ni tenía idea de cómo ser madre.

Por eso su relación siempre fue tensa.

Con el tiempo, Alejandro maduró... o tal vez fue Pandora la que envejeció.

Aunque, en realidad, ella jamás iba a admitir algo así.

Fuera cual fuera la razón, ahora parecía querer arreglar las cosas: se interesaba por su trabajo, su salud, su vida personal, incluso por su matrimonio.

Y actuaba, por fin, como una madre; aunque fuera solo un poco.

A Alejandro eso le parecía irónico, pero no la rechazaba.

Cuando se separaron, percibió cómo él retrocedía un poco, erguido, con esa presencia distante.

Pero ella solo sonrió, fingiendo no notarlo.

—Tengo entendido que estás saliendo con alguien, ¿no? —preguntó con un tono un poco casual—. ¿Dónde está tu novia? ¿No vino contigo a recogerme?

Alejandro no contestó.

Pandora se molestó.

Su asistente, Evelina, habló de inmediato con una sonrisa amable:

—Alejandro, cuánto tiempo sin verte. Cada vez más guapo, ¿eh?

—Evelina —saludó él con voz tranquila.

Ella lo miró con una admiración que intentaba contener.

“Qué pena. No tengo un hijo así: alto, elegante, de mirada penetrante y presencia imponente”, pensó Evelina.

Lo triste era que su jefa, Pandora, nunca había sabido valorar lo que tenía.

Lo había despreciado tanto de pequeño que reconstruir la relación ahora iba a ser casi imposible.

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