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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 106

La asistente se tocó la nariz, incómoda.

Tenía razón. Después de todo, Santiago era el hombre más rico de Olivetto. ¿Quién podría detenerlo?

Rafael sentía el pecho apretado, un peso que no lo dejaba respirar.

Hace un año, cuando llevó a la familia Garza hasta lo más alto y convirtió su grupo en uno de los principales de Olivetto, pensó que al fin tenía la oportunidad de darle un golpe fuerte a Santiago. Pero, a decir verdad, tuvo que admitir que la habilidad de Santiago para los negocios era asombrosa: en un instante, supo cómo reaccionar y logró que sus pérdidas fueran mínimas.

Ahora, seguía estando un paso detrás de Santiago.

En cuanto a Sofía, Rafael creyó que cuando ella saliera de prisión podría tenerla a su lado. Pero las cosas no salieron como esperaba…

De pronto, una idea se le cruzó por la mente; entrecerró los ojos, dudoso.

Sofía había pasado un año en la cárcel y salió con una niña.

Por la información que tenía, Santiago ni siquiera sabía que la niña era suya.

Si lo pensaba bien, con el pasado de Sofía como ex convicta y el hecho de haber tenido una “hija fuera del matrimonio”, lo lógico sería que Santiago la despreciara.

Pero entonces… ¿por qué?

Rafael recordó el momento entre Santiago y Bea, y no pudo evitar notar que Santiago no mostraba ni un poco de desprecio hacia la niña; al contrario, hasta parecía consentirla y cuidarla con todo el cariño del mundo.

Las noticias que le habían llegado últimamente también confirmaban que Santiago valoraba mucho a Sofía. Incluso, en más de una ocasión, se negó a aceptar el divorcio y, una y otra vez, le propuso que se fueran juntos con la niña a Villas del Monte Verde.

Un escalofrío le recorrió la espalda a Rafael. Una idea sorprendente empezaba a tomar forma en su cabeza.

...

Santiago, mientras tanto, no tenía ni idea de las vueltas que daba la mente de Rafael. Solo ordenó a Jaime que regresara lo más rápido posible a Villas del Monte Verde.

Aunque Sofía había aceptado volver para descansar, Santiago sabía bien que ella no podría dormir.

Mientras Bea no regresara, Sofía estaría toda la noche con los ojos abiertos, esperando.

Si la niña no volvía en dos días, ella esperaría esos dos días sin pegar ojo.

Esa mujer era terca como una mula.

—¿Falta mucho?

Frunció el entrecejo, impaciente.

Jaime soltó un bufido y respondió apurado:

—Cinco minutos y llegamos.

Ya habían recuperado a la niña; la señorita Rojas solo tenía que ver a la pequeña por unos minutos. ¿Por qué el presidente Cárdenas andaba tan desesperado?

Aunque no entendía el apuro, ni loco se detenía.

Por fin, cinco minutos después, Santiago llegó con la niña en brazos y golpeó la puerta.

—¡Pum, pum!—

Apenas oyó el sonido, Sofía saltó de la cama de inmediato.

En cuanto abrió la puerta, sus ojos solo buscaron una cosa: la niña en brazos de Santiago.

—¡Bea!

Gritó con desesperación, y las lágrimas comenzaron a correrle por los ojos enrojecidos.

Solo así, Sofía tuvo las manos libres para preparar la leche. Miró la mesa y se dio cuenta de que ni siquiera podía levantar el termo de agua caliente.

—Hazlo así.

Santiago le explicó con suavidad.

Sostuvo a Bea con una mano y, con la otra, levantó el termo de la mesa con toda facilidad.

El sonido del agua llenando el biberón atrajo la atención de Bea, que enseguida se puso a aplaudir y a sonreír.

Las risas de la niña disiparon el ambiente tenso y hasta incómodo de la cocina, llenando el aire de una calidez inesperada.

Sofía negó con la cabeza, apartando las sensaciones extrañas de su pecho.

Sacudió el biberón y lo acercó a la boca de Bea.

La niña abrió la boca de inmediato y empezó a beber con ganas.

Por un momento, el silencio reinó en la cocina, solo interrumpido por el sonido de Bea al tragar la leche.

La pequeña no se quedaba quieta ni por un segundo. Con Sofía ayudándole a sostener el biberón, sus manitas iban de un lado a otro: una se aferraba al pulgar de Santiago, la otra al de Sofía.

Mientras la niña jugaba y reía, sus manos se entrelazaban, y cada vez que los dedos de Santiago y Sofía se tocaban, ella sentía un escalofrío incómodo.

Santiago, en cambio, solo miraba a Bea con ternura.

Sofía pensó que estaba exagerando, así que no dijo nada. Solo cuando Bea los soltó, dejó escapar el aire que había estado conteniendo.

Al amanecer, Sofía decidió que era mejor mudarse a un hotel nuevo y seguro con Bea, aunque fuera por unos días.

En Villas del Monte Verde, cada minuto le pesaba el alma.

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