La voz de Alfonso, normalmente clara como el cielo después de la lluvia, ahora se tornó grave y profunda. Su espalda, levemente encorvada, recordaba a un felino salvaje a punto de lanzarse sobre su presa, transmitiendo una energía salvaje y amenazante.
—Yo también quiero participar.
Sofía negó con la cabeza, aferrándose con más fuerza a los dedos de Bea.
En su mente, los recuerdos de los últimos acontecimientos se arremolinaron sin descanso. Todo había parecido una simple cadena de accidentes, pero tantos incidentes seguidos le encendieron las alarmas.
¿Sería solo mala suerte o había alguien moviendo los hilos detrás de todo esto?
Cuanto más lo pensaba, más rápido latía su corazón.
Solo esperaba estar exagerando.
...
La ambulancia se detuvo de golpe frente al hospital. Sin darle tiempo a bajarse por su cuenta, Alfonso la tomó entre sus brazos y la sostuvo junto a su pecho.
Sofía sintió cómo el mundo se elevaba varios metros. Abrió los ojos de par en par, atónita.
—¿Qué haces?
No pudo ocultar su asombro.
Alfonso, sin soltarla, alzó la cabeza y le dedicó una sonrisa muda.
—No te muevas. Eres muy ligera.
Su voz resonó grave y cálida cerca de su oído.
Ese tono inesperado, envuelto en una confianza natural, la descolocó. Sofía sintió cómo se le encendía el cuello, sonrojada hasta las orejas. Su corazón latía tan fuerte que podía oírlo en los oídos.
Le dio un manotazo en el brazo a Alfonso.
—¡Bájame ahora!
Desde que se conocieron, aunque apenas lo había visto un par de veces, algo en él le resultaba familiar, pero no por eso dejaba de ser un desconocido. Esto ya sobrepasaba cualquier límite.
La seriedad se le marcó todavía más en la cara.
Los ojos de Alfonso, oscuros y profundos, se cruzaron con la mirada firme de Sofía. Por un momento, pareció querer resistirse, pero terminó cediendo ante su insistencia.
La bajó con cuidado, asegurándose de que quedara bien apoyada en el suelo.
Solo entonces, Sofía se sintió más cómoda.
En ese instante, una punzada de olor metálico le llegó a la nariz.
—Alfonso, ¿estás herido?
En medio del caos, ella había estado tan preocupada por Bea que ni siquiera pensó en cómo Alfonso había controlado al golden retriever que se volvió salvaje.
—No.
Con total naturalidad, Alfonso escondió el brazo detrás de la espalda, y la miró con una ternura inesperada.
¿Así se sentía ser paciente VIP?
De repente, le vino a la mente aquella vez que Isidora se lastimó el tobillo y Santiago armó tal alboroto que incluso llamó a todos los médicos del hospital.
Esta vez, alguien también estaba moviendo cielo y tierra por ella.
La diferencia era que, ahora, solo estaban usando los mejores recursos médicos sin afectar la atención de otros pacientes.
Sin pensarlo, Sofía miró de reojo a Alfonso.
Fue en ese momento cuando notó que, cada tanto, los médicos y enfermeras le lanzaban miradas llenas de respeto y hasta algo de temor a Alfonso.
El corazón de Sofía volvió a acelerarse.
Algo no cuadraba.
La clínica privada del Grupo Cárdenas estaba acostumbrada a recibir a puro cliente de peso, gente adinerada y poderosa. Los médicos ya estaban más que habituados a tratar con figuras importantes. Entonces, ¿por qué Alfonso seguía siendo alguien especial para ellos?
No pudo evitar que la duda se colara en su mente.
...
Al mismo tiempo, el teléfono de Santiago comenzó a sonar.
[¿Hola? ¿Usted es el contacto de emergencia de la señorita Sofía? Ella acaba de sufrir un accidente y ha sido trasladada a nuestra clínica...]

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Valiente Renacer de una Madre Soltera