Santiago, al escuchar esas palabras, apenas tuvo tiempo de calmar el enojo cuando de pronto su corazón volvió a acelerarse.
No pudo evitar mirarla varias veces, como si dudara de que lo que Sofía decía fuera cierto.
—¿Por qué haría ella algo así?
Era difícil de creer que la abogada principal del Grupo Cárdenas se prestara a esas cosas.
Se frotó el entrecejo, apartando la duda por un momento.
—Si de verdad fue ella, haré que te pida disculpas.
—¿Solo una disculpa? —Sofía soltó una risa incrédula ante la respuesta de Santiago.
—Tranquila, voy a asegurarme de que pague por lo que hizo, te lo prometo.
Santiago se dio cuenta de que estaba siendo demasiado indulgente con Isidora, así que frunció el ceño y corrigió su tono.
Sofía lo miró a los ojos y asintió.
—Está bien, presidente Cárdenas, espero ver de qué eres capaz.
Ella aceptó, confiando aún en la palabra de Santiago. Siempre cumplía lo que decía. Así como aquella vez, cuando se aseguró de que la condenaran sin titubear.
—Sea como sea, ahora no es seguro para ti. Por lo pronto, te vienes conmigo.
—De acuerdo.
Esta vez, Sofía no discutió. Admitía que, por el momento, estar al lado de Santiago era lo más seguro.
Santiago dio las órdenes de inmediato, como si temiera que Sofía cambiara de opinión si lo pensaba demasiado.
Jaime, observando la escena desde un costado, soltó un suspiro de alivio. Que la señora regresara era justo lo que más le convenía al presidente Cárdenas.
—Lleven las cosas de la señora del hotel a la casa.
La voz grave de Santiago llenó el espacio, y Jaime de inmediato llamó a dos guardias para que se adelantaran a encargarse de todo.
Sofía, esta vez, no puso ninguna objeción.
Bea, quizá sintiendo el ambiente, abrió sus enormes ojos y agitó la manita, visiblemente emocionada.
Aunque Santiago y Sofía habían llegado a un acuerdo, la distancia acumulada entre ambos terminó imponiéndose, llenando el lugar de un silencio espeso. En ese silencio, los pequeños movimientos de Bea se volvían aún más llamativos.
Santiago posó la mirada en Bea, deteniéndose en sus rasgos familiares, como si tratara de descifrar algo en su carita.
Sofía, notando la atención de Santiago, instintivamente rodeó a Bea con el brazo, protegiéndola con más fuerza.
Al hacer ese gesto, el vendaje recién puesto en su brazo quedó al descubierto.
El blanco de la venda cubría casi la mitad de su brazo, y eso hizo que a Santiago se le contrajera el ceño.
—¿Ya te pusieron la vacuna?
—No fue una mordida de perro. Solo me raspé. —Sofía aclaró, queriendo restarle importancia.
Pero Santiago no parecía convencido.
—Bueno. De todos modos, cuando lleguemos a casa, quiero que el doctor lo revise.
—Hmmm—
De pronto, la mano de Santiago se cerró como una garra sobre el cuello del guardia del centro, apretando con fuerza.
—¿Se supone que los puse a cuidarla y esto es lo que hacen? Su seguridad va primero.
Su voz era un latigazo.
—Si ni eso pueden, ¿para qué los quiero aquí?
De un empujón, soltó al guardia, que casi cae antes de recuperar el equilibrio.
—¡Presidente Cárdenas! —suplicaron los tres, agachándose, temblorosos.
Jaime, al ver la escena, pensó en intervenir, pero la mirada de Santiago lo detuvo en seco. Bajó la cabeza, buscando pasar desapercibido.
La tensión se sentía en cada rincón del hospital; todos temían verse involucrados.
—Y averigüen quién fue la persona que ayudó a Sofía.
...
Mientras tanto, en otro lugar.
Isidora, al enterarse de todo, se quedó pasmada.
¿La mujer no había sufrido nada? ¿Y la niña tampoco?
Rafael, sentado frente a ella, no podía ocultar el fastidio en su mirada.

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