La enfermera parpadeó, un poco desconcertada.
Al escuchar esas palabras, la tensión que Santiago arrastraba en los hombros por fin se desvaneció. La energía oscura que lo envolvía se disipó poco a poco.
Sofía estaba bien, eso era lo único que importaba.
Cuando por fin soltó el aire, el cansancio se le vino encima, como si lo aplastara de golpe.
Santiago se frotó el entrecejo y, solo entonces, se dio cuenta de lo nervioso que lo había puesto la posibilidad de que algo malo le sucediera a Sofía.
Arrugó la frente, como si estuviera tratando de resolver un rompecabezas imposible.
Aunque la enfermera había dicho que eran solo raspones, el hecho de que estuviera herida lo mantenía inquieto. No sabía exactamente qué tan grave era.
Mientras Santiago lidiaba con ese conflicto interno, cabizbajo y perdido en sus pensamientos, de pronto un par de tenis viejos, desgastados de tanto lavar, se detuvieron frente a él. Un aroma fresco y suave lo envolvió.
Esa fragancia conocida le oprimió el pecho y, por un instante, la respiración se le trabó.
—Estoy bien.
La voz de Sofía era tan suave y calmada que le acarició el alma. Como una brisa fugaz colándose por la ventana, de inmediato disipó toda la ansiedad que lo atormentaba.
Santiago tosió para disimular y levantó la mirada, fingiendo indiferencia.
—Qué bueno que estés bien —le soltó, con un tono seco.
—Santiago —lo llamó ella, dando el primer paso.
Él se quedó congelado, los dedos le temblaron apenas, sin saber muy bien cómo reaccionar. Lo único que atinó a hacer fue refugiarse en su actitud distante, la única manera en que sentía que podía controlar la situación.
Sofía había estado un año en la cárcel, y cuando salió, ni siquiera lo buscó; se fue tan rápido que ni la sombra dejó. A pesar de que él la presionó varias veces para verla, ella no hizo más que rechazarlo sin filtros, dejando claro su desagrado.
Por eso, que ella lo llamara así, de repente, lo tomó completamente desprevenido.
Mientras tanto, Sofía no le quitaba la vista de encima, y por un instante, su mirada se desvió hacia la fila de escoltas que Santiago tenía detrás.
Alfonso, después de enterarse de que solo era una herida leve, se excusó diciendo que tenía que arreglar unos asuntos y se fue.
Aunque apenas se conocían, con solo una mirada Sofía pudo adivinar lo que Alfonso planeaba.
Y luego estaba el asunto del golden retriever, esa enorme bola de pelos que Alfonso llevó al hospital para que le hicieran un chequeo de pies a cabeza.
Todo era demasiado extraño, como si el universo quisiera decirle algo.


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