Al mismo tiempo, por la entrada apareció una fila de guardias de seguridad.
Los curiosos que rodeaban a Sofía y los demás no tuvieron más remedio que abrir paso, dejando un largo corredor en medio del tumulto.
—¡Por fin llegaron! ¡Son ellos dos! ¡Hasta dijeron que iban a echarme! ¡Sáquenlos, sáquenlos ya! ¡Que vean de una vez quién manda aquí! ¡Mi tío es el organizador de la subasta de hoy!
Rubén Montoya agitaba su enorme y abultada cara con un aire triunfante, lanzando una mirada despectiva hacia Sofía y Alfonso.
Sin embargo, sin darse cuenta, sus ojos se detuvieron un momento más en el rostro de Sofía.
Aunque se notaba que no venían de familias importantes, esa chava tenía una cara digna de admirar.
Eso sí...
Rubén chasqueó la lengua un par de veces, con aire de lástima.
Una cara tan bonita, ¿por qué tenía que arruinarla una cicatriz?
Su mirada lasciva se clavó sin ningún pudor en Sofía, haciéndola sentir incómoda de pies a cabeza. Antes de que pudiera reaccionar, Alfonso se adelantó.
Ignorando los gritos de sorpresa a su alrededor, Alfonso alzó la mano como una garra y la dejó caer con fuerza sobre el párpado de Rubén.
—Si sigues mirando, te saco el ojo.
La voz de Alfonso sonó dura, cada palabra lanzada como una amenaza.
Todo pasó tan rápido que Rubén ni siquiera pudo reaccionar. Cuando por fin notó que todo era oscuridad frente a él, un líquido amarillento y apestoso ya le escurrió por la entrepierna.
—¡Dios mío!
—¡Ay, qué asco!
Gritos de sorpresa y muestras de repulsión brotaron al instante. La gente empezó a alejarse, sin querer tener nada que ver con él.
Alfonso sintió el temblor de los ojos aterrados bajo su palma y el cuerpo de Rubén paralizado por el miedo. Sin pensarlo más, empujó con fuerza, arrojando a Rubén a varios metros de distancia.
Rubén cayó sin fuerzas en el piso, completamente derrotado, temblando como una hoja.
Cuando se calmó un poco, notó el olor extraño que flotaba en el aire.
Al juntar eso con la sensación húmeda y pegajosa en su entrepierna, la vergüenza lo hizo encorvarse, sin atreverse siquiera a levantar la vista, aunque por dentro hervía de rabia.
—¡El gerente de la subasta es primo lejano mío! ¿Saben quién soy yo? ¡Atrápenlos ahora mismo o haré que mi tío los corra a todos!
Soltó el grito con furia, decidido a arriesgarlo todo con tal de no quedar humillado.
Pero por más que pataleaba y levantaba la voz, los guardias ni se inmutaron. Al final, dos de ellos se acercaron y lo levantaron en vilo.
—Señor Montoya, seguimos las órdenes de los organizadores. Cualquiera que moleste a este señor, será sacado de inmediato de la subasta.
Apenas terminó de hablar, los guardias ignoraron los chillidos de Rubén y se lo llevaron cargando, sin la menor intención de soltarlo.
Rubén, incapaz de aceptar la humillación, se debatía y gritaba como loco, pero no sirvió de nada.
...

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Valiente Renacer de una Madre Soltera