La voz grave y melodiosa del hombre arrastró la última sílaba con un tinte juguetón; aunque sonaba despreocupado, se percibía una amenaza helada detrás de esa actitud.
El hombre de piernas macizas quedó clavado en su sitio. Su cuerpo se tensó, rígido como una estatua, pero la mano detrás de él no le permitió quedarse quieto. Sin contemplaciones, alguien lo giró por completo.
Sofía, al presenciar el movimiento de Alfonso, no pudo evitar que su mirada se desviara hacia la gente alrededor. Aquello no era más que un incidente menor; solo las personas más cercanas les lanzaron miradas curiosas.
Aun así, Sofía, siempre buscando evitar problemas, prefirió sujetar el brazo de Alfonso para que no pasara a mayores.
Alfonso se detuvo un instante. Luego, con una suavidad inesperada, retiró la mano de Sofía, mirándola con un gesto tranquilizador.
El hombre de cara redonda y orejas prominentes observó atentamente esa interacción; entendió enseguida que Alfonso estaba defendiendo a Sofía.
Recobrando la compostura, el hombre echó un vistazo más a fondo a Alfonso. Iba vestido con un traje que, solo por la tela, se notaba que era de lo más exclusivo. En el pecho, el broche de la corbata lucía incrustado con una gran piedra de color rosa, tan brillante que deslumbraba.
Con solo ver esos dos detalles, al hombre se le borró el color del rostro. Por dentro, se dio cuenta de que había provocado a alguien con quien no debía meterse.
Antes de que Alfonso abriera la boca, el hombre se apresuró a poner su mejor sonrisa falsa.
—Ustedes dos, seguro hubo un malentendido. Vi a lo lejos el atuendo de su esposa, se ve increíble, y pensé que podría conseguir algo similar para la mía.
—¿Ah, sí? —respondió Alfonso, lanzándole una mirada de soslayo. Ya no era el Alfonso cálido que hablaba con Sofía. Ahora, sus ojos parecían el fondo de una cañada en plena noche: oscuros, húmedos y con una amenaza latente.
El hombre tembló de pies a cabeza. Bajó la cabeza tanto que casi tocaba el piso, como si tratara de fundirse con él.
Alfonso curvó los labios en una mueca helada, sin el menor asomo de alegría en los ojos.
—Alguien, quítenle el derecho a participar.
Con un gesto desganado, añadió:
—Sáquenlo.
Los ojos del hombre se abrieron a más no poder. Él venía de una familia de segunda en la ciudad de Olivetto. El negocio familiar, ya en decadencia, pendía de un hilo. Esta subasta era su oportunidad para codearse con la élite y atraer inversionistas.
Si lo echaban de aquí, ¿qué le quedaba? ¡Esperar la quiebra y vivir en la miseria!
El pánico se apoderó de él. Pero el ambiente a su alrededor era tan silencioso que podía oír hasta su respiración. Solo unas cuantas personas chismosas los señalaban y cuchicheaban.
De pronto, al hombre se le ocurrió una idea. Su familia podía estar en ruinas, pero conocía bien a las familias más poderosas de Olivetto. Nunca había visto a este tipo.
Al notar el silencio y la atención de todos, su confianza creció. Seguro este sujeto no era nadie importante, tal vez ni siquiera estaba por encima de la familia Montoya. El traje elegante podía ser prestado, y la piedra rosa bien podría ser de imitación.
Después de todo, una piedra de ese tamaño y color solo la tenían contadas familias en Olivetto. No había manera de que este tipo fuera uno de ellos.



Verifica el captcha para leer el contenido
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: El Valiente Renacer de una Madre Soltera