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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 148

—¿No te atreves a mirarme? —El hombre soltó una risita, el significado oculto en su voz.

Sofía frunció los labios y prefirió ignorarlo.

Santiago la contempló con intensidad, observando su rostro pálido y sereno, y soltó un suspiro.

—Buenos días, Sofía.

El tono de Santiago resultaba tranquilo, como si fueran una pareja común y corriente.

Sofía detuvo la mano con la que sostenía el cuchillo y el tenedor, y lo miró de reojo con extrañeza, como si le preguntara qué demonios estaba tramando.

Santiago, sin inmutarse, fue a sentarse justo frente a ella, como si fuera lo más natural del mundo.

Sofía arrugó el entrecejo y lo observó detenidamente.

No se apresuró a tomar los cubiertos, sino que lo fulminó con la mirada, fría y calculadora.

Santiago alzó la mano y llamó a la empleada:

—Tráeme lo mismo que le sirvieron a la señora.

La empleada miró con duda los platos sencillos de la mesa, y luego, titubeante, miró a Santiago.

El hombre le lanzó una mirada cortante, así que la empleada se apresuró a desaparecer hacia la cocina.

—¿Qué es lo que quieres? —la voz de Sofía transmitía fastidio, y fue directa al grano.

Santiago, elegante y con porte, comenzó a limpiar los cubiertos, pero sus labios apenas se movieron, como si midiera cada palabra antes de dejarla escapar:

—En la mesa, no se habla.

El desayuno no tardó en llegar, sencillo pero bien presentado, y la empleada acomodó el plato delante de Santiago.

Él lo tomó y empezó a comer, bocado tras bocado.

Como si todo ese espectáculo no hubiera sido por otra cosa más que por desayunar a su lado.

Sofía soltó una carcajada sarcástica, sin ganas de seguir interrogándolo, y enfocó su atención en su comida.

Aunque ahora vivía en Villas del Monte Verde y se había librado de la renta mensual, no se le olvidaba el asunto de la herencia que Santiago le había dado el día anterior, lo que pertenecía a su abuela.

Cien millones de pesos. Esa cantidad pensaba devolvérsela a Santiago, costara lo que costara.

En cuanto el divorcio fuera oficial, ella y Santiago serían completos extraños. No quería deberle nada. Además, necesitaba buscar pronto un sitio seguro donde vivir. Villas del Monte Verde era solo una escala.

Sofía terminó el desayuno en un par de minutos y, tras recoger los platos, se levantó de la mesa.

El brusco movimiento hizo que Santiago alzara una ceja.

Apenas Sofía se disponía a salir del comedor, la voz de Santiago la alcanzó:

—Sofía.

La llamó con suavidad, mezclando una calidez extraña que rozaba la ternura.

Un escalofrío le recorrió los brazos a Sofía. Sintió cómo una sensación rara y angustiante le apretaba el pecho. Sin detenerse, incluso apuró el paso para alejarse de él.

Santiago, dejando a un lado su compostura, fue tras ella con pasos largos y le tomó la muñeca.

Sofía se tensó y le lanzó una mirada de furia.

Santiago se quedó paralizado al sentir el enojo de la mujer, como si una cubetada de agua helada le hubiera apagado la impulsividad.

Abrió la boca, pero solo logró bajar la mirada y soltar con voz apagada:

La noche anterior, se había pasado horas en el estudio, sin pegar el ojo.

Había abierto un archivo secreto en la computadora, uno donde guardaba fotos y videos de Sofía desde que ella salió de la cárcel.

Ese material lo había conseguido gracias a Jaime, a quien le pidió que la siguiera discretamente.

Fue así como se enteró de tantas cosas.

La mujer que se empapó cuando un camión de limpieza salpicó agua, la madre que suplicó sin éxito en la clínica del Grupo Cárdenas... todas esas escenas eran ella.

Santiago sintió un nudo en la garganta, un sabor amargo en la boca.

Se mezclaban la culpa y el arrepentimiento.

Si la hubiera encontrado antes, ¿habría evitado tanto sufrimiento?

Hace un año, antes de que ella fuera encarcelada, aunque él la despreciara o la ignorara, ostentaba el título de esposa del presidente de Grupo Cárdenas y abogada estrella de Olivetto. No llevaba una vida de lujos, pero tampoco le faltaba nada.

Pero en solo un año, pasó de ser una mujer respetada a tocar fondo. ¿Cómo podía ella soportar eso con tanta entereza?

Santiago arrugó la frente, clavando la mirada en el lugar donde Sofía había estado.

Sofía, ¿quién eres en realidad?

Se presionó el pecho, inquieto, y por primera vez se dio cuenta de que nunca la había conocido de verdad. Ahora, la mujer a la que antes despreciaba le despertaba emociones confusas.

¿Qué era eso?

Pasó horas dándole vueltas, sin encontrar respuesta.

Y antes de que amaneciera, sin saber si era por remordimiento o por puro egoísmo, llamó personalmente al departamento encargado de la herencia de la abuela de Sofía para presionarlos.

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