A ojos de los demás, lo único que sabían de Sofía Rojas eran sus logros en el ámbito legal, pero en realidad, también era experta en música y medicina, entre muchas otras cosas.
Sofía avanzó despacio, su mirada recorrió cada rincón de la primera fila de estanterías, luego se detuvo frente a la segunda.
Tal como lo imaginaba, la segunda fila estaba repleta de expedientes sobre casos insólitos del Grupo Cárdenas, además de obras maestras de pintores y escritores de todas las épocas y países, junto con rarísimos tratados de medicina que casi no habían sobrevivido al paso del tiempo.
Después de revisar ambas filas, Sofía sintió una oleada de emociones agitándole el pecho.
En toda esa habitación, lo más valioso y auténticamente precioso, eran esos dos estantes. Cualquier libro de ahí podría subastarse en millones de pesos.
Sofía se obligó a controlar su respiración agitada, esforzándose por mantener una expresión serena.
—¿Qué tan seguro está este lugar? —preguntó con seriedad.
El empleado se quedó pasmado; casi nadie hacía esa pregunta. Aun así, respondió con seguridad:
—Tiene seguridad a nivel militar. La cerradura de la puerta es tecnología confidencial.
Se dio unos golpecitos en el pecho, seguro de sí mismo. Sofía, al oírlo, se relajó visiblemente.
—¿Pueden seguir resguardando todo esto? Les pagaré lo que corresponda.
El empleado no entendía muy bien, pero asintió de inmediato.
—Por supuesto.
Cualquier otra persona, al heredar algo así, ya estaría desesperada por llevárselo todo. No pudo evitar lanzarle otra mirada curiosa a la mujer frente a él. Sofía seguía rompiendo todos sus esquemas.
Cuando Sofía salió del edificio, notó que en la tarjeta nueva que había tramitado, ya tenía más de diez millones depositados. Antes de obtener esa tarjeta, había revisado su cuenta anterior y finalmente la habían desbloqueado.
Sin dudar, transfirió el resto de su dinero de la antigua a la nueva tarjeta y abandonó por completo la anterior. Como era una cuenta nueva, aunque verificó su identidad, no podía recibir grandes montos de una sola vez, así que el dinero fue entrando por partes.
De pronto, Sofía se encontró con varios millones como fondos disponibles. Se le notaba más relajada, como si de pronto la vida le hubiese quitado un gran peso de encima.
Apenas llegó a la acera, lista para pedir un carro, un ostentoso Maserati rosa apareció y le bloqueó el paso de manera descarada.
Sofía se sobresaltó ante el vehículo, que casi la atropella, y abrazando fuerte a Bea, dio un par de pasos hacia atrás.
Pero el carro insistía en cerrarle el paso, moviéndose para impedirle avanzar.
El movimiento, tan familiar y deliberado, la hizo detenerse. No era difícil adivinar que esto iba directo hacia ella.
En ese momento, unas largas y esbeltas piernas bajaron del carro.
Isidora Rojas se plantó frente a Sofía, mirándola con fijeza, como si quisiera atravesarla con la mirada.
Sofía entornó los ojos, alerta.
—¿Cuánto te dejó? —lanzó Isidora, sin rodeos y con tono desafiante.
Sofía la miró con desconfianza, sus ojos reflejaban cautela.
—¿Y eso qué te importa? En el testamento ni siquiera te mencionan. No tengo por qué darte explicaciones.
—Hazte a un lado.



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