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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 17

—Sofía, este mes no vas a recibir tu salario.

Al día siguiente, Carolina Domínguez, la encargada de la zona, le aventó un papel en la cara con una expresión de desprecio.

Era apenas de madrugada, el cielo apenas comenzaba a aclarar.

El aire helado le cortaba las manos a Sofía, casi no podía sostener la escoba.

Al escuchar eso, Sofía volteó, incrédula.

—¿Cómo dice, señora Carolina? ¿Por qué? ¡Hoy apenas es dos, aún faltan veintiocho días! Si el mes acaba de empezar, ¿cómo que ya me quedé sin salario?

No eran unos simples tres mil pesos, era el dinero que necesitaba para sobrevivir junto a Bea.

Carolina lucía un abrigo de piel ostentoso y mordía un camote asado que aún soltaba vapor.

Llevaba unas botas de cuero hasta la rodilla y el delineado exagerado en los ojos la hacía ver aún más altiva. Miró de reojo a Sofía.

—¿Todavía te atreves a preguntar por qué?

—Ayer, alguien perdió una cadena de oro en la zona que te tocaba limpiar, y te reportaron.

—¿Tú también te atreves a recoger cosas que no son tuyas? Aquí no queremos gente ratera. Los que limpiamos aquí no necesitamos a alguien como tú.

—Que te quite solo un mes de salario ya es un favor de mi parte.

...

Los labios de Sofía temblaron, pálidos. Por un rato no pudo articular palabra alguna.

El coraje le hervía por dentro.

Tardó un momento en obligarse a conservar la calma. Acarició con suavidad a su hija, quien se movía inquieta en la mochila porta-bebé, y murmuró con apremio:

—Señora Carolina, debe haber algún error. ¡Yo no vi ninguna cadena de oro ni recogí nada!

—¿Y porque tú lo digas, ya tengo que creerte?

Carolina se acomodó las mangas para protegerse del viento gélido.

Bajó la mirada y le pegó una mordida enorme al camote, como si no le importara nada más.

—¿Tú crees que yo estaría aquí aguantando este aire si no fuera por ti? Bien podría estar en la oficina con calefacción, pero me metí en problemas por andarte defendiendo. Mejor ni te hubiera contratado.

—Ya te dije lo que tenía que decir. Ponte a trabajar, y deja limpia también esta parte.

A sus pies quedaron tiradas cáscaras y trozos pegajosos del camote, desparramados en el suelo, imposibles de no ver.

Dicho esto, Carolina se dispuso a marcharse.

Pero Sofía no se lo permitió.

La agarró del brazo.

—¿Entonces quiere decir que tengo que limpiar toda la calle y no voy a recibir ni un peso?

—Exijo que revisen las cámaras. Las cámaras pueden probar mi inocencia.

El gesto de Carolina cambió al instante y la empujó con fuerza.

—¡Las cámaras no sirven! No grabaron nada tuyo.

—Entonces menos pueden acusarme. Si no hay cámaras, ¿cómo pueden asegurar que esa cadena de oro cayó justo en mi zona o que la recogí?

Sofía no tardó en identificar la trampa.

Carolina chasqueó la lengua.

Todas hablaban al mismo tiempo.

—Sofía, ¿es cierto que te descontaron el salario?

—¿A poco sí te quedaste con la cadena de oro?

Otra replicó:

—No digan tonterías, Sofía no es así.

Apenas llegó Teresa, ni soltó sus cosas y la jaló aparte, bajando la voz:

—Sofía, ¿te metiste en problemas con alguien?

Por lo de ayer, la misma Teresa que la defendió terminó siendo cambiada de zona, ahora le tocaba limpiar la peor parte de la ciudad, justo al lado de un basurero. Teresa traía la ropa cubierta de polvo, tiritando de frío y toda sucia.

Al verla, Sofía se apuró a servirle agua, mojó una tela con jabón y empezó a limpiarle las manos y la cara.

Mientras lo hacía, trató de no quebrarse.

—Ay, no te preocupes por mí, no es nada —Teresa quiso restarle importancia, aunque los ojos se le llenaban de lágrimas.

Miró a Bea, que dormía plácida, y jaló la mano de Sofía para que se sentara junto a ella en vez de seguir limpiando.

—Ya, no estés llorando. Eres madre, tienes que ser fuerte. Bea va a depender de ti.

Sofía agachó la cabeza y se secó las lágrimas con la manga.

—Es que me siento muy mal, Teresa, siento que la estoy perjudicando a usted.

—No digas eso, Sofía. Yo ayudo a la mamá de Bea porque la niña me da ternura, no solo porque seas tú —Teresa intentó bromear, pero en el fondo no podía ocultar el cariño y la compasión en su mirada.

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