El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 18

En cuanto Sofía vio a Teresa, la sintió como a su propia madre. Esa calidez, esa preocupación sincera, traspasaba cualquier vínculo de sangre.

—Sofía, quiero preguntarte algo. ¿No habrás hecho enojar a alguien, verdad?

Sofía, que apenas lograba calmarse, la miró confundida.

—Teresa, ¿por qué dices eso?

Teresa recordó lo que había ocurrido.

—En el camino de regreso me topé con Carolina. Justo estaba sentada en un carro haciendo una llamada. Sin querer, escuché tu nombre. Así que fingí que estaba barriendo, me quedé cerca y escuché que hablaba con alguien llamado Vicente Blanco. Te juro que estaban planeando fastidiarte adrede.

—¿Estás segura de que no escuchaste mal? —preguntó Sofía, nerviosa—. ¿No era Felipe?

—No, Sofía. Escuché bien. Dijo Vicente.

Vicente… ¿Quién demonios era Vicente? Sofía se quedó más perdida que nunca. Teresa también frunció el ceño, tratando de recordar algo más.

—La verdad, yo tampoco entiendo. Tú y Bea viven solas, ¿quién podría tener bronca contigo? Pero mira, Carolina es la que manda en esta zona, incluso más que Felipe. Y en esa llamada se le notaba el respeto a ese tal Vicente. Si me preguntas, tu trabajo está en peligro.

Teresa la miró con compasión.

—Mejor piénsalo bien, Sofía. Yo sé que tú no perteneces a este lugar. ¿De verdad quieres pasarte la vida barriendo calles con Bea a tu lado?

—Otra cosa —añadió con voz baja—, el sobrino de Carolina, el que tiene la pierna mala, anda barriendo en la calle de al lado esta tarde. Más vale que lo evites, ese tipo es un peligro.

Al terminar, Teresa se quitó el chaleco y se acomodó como pudo en la cama, quedándose dormida al instante.

Sofía se sentó despacio junto a Bea. La niña dormía tranquila, su carita redonda y rojiza parecía una manzana madura. Sofía no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas.

Desde que salió de prisión, Sofía se había mantenido al margen, siempre evitando problemas. Pero aun así, había quien no la toleraba. Y si Carolina tenía contactos con ese famoso Vicente, y encima le pedía el favor de mover a su gente, seguro era alguien de peso.

Una sospecha le cruzó por la mente: la imagen de un tipo elegante, con porte de mando y una presencia imponente. Pero Sofía negó con la cabeza y se obligó a olvidar esa idea. No, no podía ser él. Si fuera su culpa, ¿acaso ella y Bea estarían tan tranquilas?

Sofía no lograba tomar una decisión.

...

Ese día, Sofía tenía otro turno. De cuatro y media a siete de la tarde.

Salió puntual, barriendo la avenida principal, mientras Bea se portaba como un angelito. A veces la niña abría sus grandes ojos y miraba todo con curiosidad; a veces, el vaivén de los brazos de su madre la arrullaba hasta quedarse dormida. Sofía agradecía no tener que preocuparse demasiado por ella.

En una pausa, Sofía se sentó en una banca, limpió la boquita de Bea y la acomodó mejor en sus brazos antes de volver al trabajo.

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