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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 19

—Usted venga mañana a las nueve y media de la mañana a este lugar. Para entonces, el anillo aparecerá solo.

La matriarca, agotada de tanto buscar, sintió cómo un remolino de esperanza volvía a agitarle el pecho tras escuchar esas palabras.

—¿De verdad tienes una forma de conseguirlo?

La mujer mayor miró con atención a la joven que tenía enfrente. Ella cargaba a su bebé en brazos, pero vestía el uniforme de limpieza.

Andar barriendo las calles mientras cuida a su hija… Eso solo podía significar que vivía con muchas carencias.

Sin embargo, había algo en su porte que nada tenía que ver con ser una simple trabajadora de limpieza.

La abuela la observó con cierta desconfianza. ¿Y si la joven había encontrado el anillo y lo estaba escondiendo?

—¿Lo dices en serio? Si vengo mañana, ¿me lo entregas?

—Sí —Sofía contestó con seguridad.

—Chica, ¿cómo te apellidas?

—Rojas.

—Bien, señorita Rojas, te voy a creer solo porque eres una madre soltera y no pareces tenerla fácil —la matriarca se enderezó con la ayuda de sus guardaespaldas, aunque en su voz se notaba que no estaba del todo convencida—. Pero si no recupero lo que busco, te juro que no te la vas a acabar.

Cuando la anciana se marchó, Sofía volvió a dirigir la mirada hacia el otro lado, donde estaba el otro trabajador de limpieza. Era el típico joven que vivía a expensas de la familia porque no tenía a nadie más.

Su carrito de limpieza estaba abandonado a un lado, y él, en vez de trabajar, se tiró a dormir en una banca del parque, tapándose la cara con el brazo.

Había escuchado que era el sobrino de Carolina, el tal Franco.

Sofía pensó en Carolina, la misma que la había puesto en evidencia, y recordó esos tres mil pesos que le habían descontado sin razón.

Esta vez, no tenía otra opción más que jugársela.

...

Al caer la tarde, el cielo comenzaba a oscurecerse y las luces de la calle se encendían una tras otra, iluminando la ciudad hasta donde la vista alcanzaba.

Bajo la luz de una farola, una silueta delgada seguía moviéndose, ocupada en su trabajo.

Sofía ya había terminado de barrer casi toda la calle. Solo le faltaban unos minutos y podría regresar a casa con Bea.

Justo cuando daba la última pasada con la escoba, una voz arrogante retumbó sobre su cabeza:

—¡Eh, tú! Sí, la que anda con el bebé. Ven y barre también este lado, ¿no escuchaste?

Un puñado de cáscaras de semillas de girasol voló hasta sus pies, esparciéndose por el suelo.

Pero mientras barría, una tristeza profunda la invadió. ¿Qué estaba haciendo? Había salido de prisión, pero seguía permitiendo que personas como Franco y Carolina la pisotearan.

Sintió cómo la garganta le ardía de sed y frustración.

Se giró y sacó una botella de agua de su bolso, dispuesta a refrescarse un poco.

De repente, una mano apareció de la nada, le arrebató la botella y, sin pedir permiso, Franco se la llevó a la boca, bebiéndose la mitad de un solo trago.

—¿Qué ves? Tú trabaja, que yo quiero irme a mi casa. ¿No entiendes que me estás quitando tiempo de ver chicas guapas? ¡Apúrate!

Franco, satisfecho, siguió comiendo semillas y bebiendo agua mientras la noche caía. Sofía, abrazando a Bea, lo miró con una rabia contenida.

No podía enfrentarlo. Él era más grande y fuerte, y ella tenía a su bebé de apenas seis meses. Si se le iba encima, terminaría como su saco de box.

Cuando Franco terminó la botella, la tiró a los pies de Sofía y volvió a hundirse en el celular, soltando de vez en cuando comentarios groseros.

Sofía lo miró con una expresión serena pero helada. Apretó a Bea contra su pecho, aguantando las ganas de gritarle.

Solo podía esperar que mañana, con la ayuda de la matriarca, pudiera darle una lección a ese desgraciado.

—¡Ay, maldita sea! ¿Por qué justo ahora me duele el estómago? ¿Qué me hiciste?

De pronto, Franco empezó a retorcerse en la banca, con una mano en la panza y el rostro torcido. El sonido de sus tripas era tan escandaloso que parecía que, si no apretaba bien los glúteos, en cualquier momento iba a explotar ahí mismo.

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