—¿Desde cuándo está aquí?
—¿Ha estado sentada ahí todo el tiempo? ¿Fue ella quien tocó el piano?
La cabeza de Santiago se llenó de preguntas de golpe, como si de pronto se hubiera abierto una compuerta.
Isidora, por su parte, primero se quedó boquiabierta. Cuando reconoció a la recién llegada, su cara se tornó sombría en un santiamén.
Sin embargo, aunque en el fondo no soportaba la presencia de Sofía, hizo el esfuerzo de mostrar una sonrisa amable en la comisura de los labios.
—Señorita, ¿y el pianista que contraté? ¿Cómo se te ocurre hacerte cargo de algo así?
Isidora dio un paso al frente, intentando acercarse a Sofía.
Pero Sofía ni siquiera levantó la mirada, simplemente pasó de largo, caminando al lado de Isidora sin detenerse.
Ese simple gesto hizo que la figura de la mujer quedara al descubierto ante todos los presentes.
Santiago y Alfonso abrieron los ojos como platos.
En el salón de baile, que minutos antes estaba lleno de risas y música, ahora soplaban dos ráfagas de tensión gélida desde lados opuestos.
Sofía se acomodó con descuido un mechón de rizos sobre el hombro.
Vestía un vestido largo estilo sirena, tan ajustado que parecía hecho a la medida. La falda estaba adornada con capas de plumas, y bastaba que ella girara apenas el cuerpo para que se viera la espalda completamente descubierta. Su piel, blanca y tersa, resplandecía con la luz de la sala.
Llevaba el cuello erguido con orgullo, y había un detalle que no pasaba desapercibido: el escote abierto hasta el ombligo, pero en lugar de resultar provocativo, evocaba la elegancia de un cisne a punto de alzar el vuelo.
Su aparición acaparó todas las miradas.
Si antes la gente se había reunido alrededor de Isidora, deslumbrados por su vestido, ahora todos se quedaron como hipnotizados, incapaces de apartar la vista de Sofía.
El silencio general se convirtió en el mayor de los elogios.
Isidora, notando el cambio en el ambiente, comprendió en seguida la intención de Sofía, y su cara se puso como de piedra.
Pero con tantos ojos encima, no le quedó más remedio que mantener la sonrisa forzada.
—Señorita, de verdad no esperaba que quisieras venir a mi fiesta de celebración. Estoy tan emocionada por tenerte aquí.
Isidora recalcó las palabras “fiesta de celebración”, buscando desesperadamente recuperar la atención de los asistentes.
Pero era inútil. Frente a Sofía, con ese aire casi divino, la mayoría seguía sin poder reaccionar.
—¿Será una diosa?
—¿No se supone que Sofía, después de pasar un año en la cárcel, debería estar hecha polvo? ¿Cómo es posible que se vea así de guapa?
...
Entre el asombro y la incredulidad, la multitud murmuraba.
Al ver que Sofía había acaparado toda la atención, Isidora apretó los dientes, tragándose su frustración y cerrando el puño con fuerza, aunque no podía hacer nada más.
—Sí que debe ser emocionante, porque organizar una fiesta aquí en Villas del Monte Verde no es nada fácil.
Por fin, Sofía habló.
Levantó la comisura de los labios en una media sonrisa, cruzó los brazos y miró a Isidora con toda la calma del mundo.
Isidora se quedó pasmada, sin terminar de entender.
En ese momento, Sofía se acercó y le dio unas palmadas en el hombro.

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