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El Valiente Renacer de una Madre Soltera romance Capítulo 219

Al escuchar eso, Isidora se agachó y destapó la caja de regalo. Por dentro, estaba completamente vacía.

Su expresión se ensombreció de inmediato, y hasta las venas de su mano, que sostenía la caja, sobresalieron por la fuerza con que la apretaba.

—¿Qué pasó? —preguntó Santiago, acercándose intrigado, solo para encontrarse con el interior vacío.

Isidora sentía un malestar profundo. Ahora lo entendía todo: aquel vestido deslumbrante que Sofía llevó a la fiesta debió haber sido suyo. ¡Sofía se lo había llevado a escondidas y se robó toda la atención que le correspondía a ella!

Apretó los dientes por dentro, y la imagen de Sofía brillando en la fiesta no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Hace apenas un segundo todos la miraban a ella, y al siguiente, la multitud se volcó sobre Sofía. Todo eso, pensó, debió ser suyo.

Santiago se le acercó aún más, notando la creciente tensión en el ambiente. Isidora, de inmediato, ocultó su enojo y se esforzó en mostrar una expresión de incomodidad y tristeza.

—Santi, está vacía… —dijo, levantando la mirada con ojos llenos de decepción y una pizca de incredulidad—. Ayer, Sofía llegó con un vestido de CANDIL, y tú dijiste que era único, que solo habían hecho uno…

Bajó la cabeza, luciendo herida.

Pero Santiago, en vez de compadecerla, endureció la mirada. Había en sus ojos un destello que resultaba imposible de descifrar.

Isidora fingió armarse de valor y, con los ojos rojos de tanto contener el llanto, elevó la voz:

—¿Cómo pudo hacerme esto? Ese vestido era un regalo tuyo, Santi, lo importante era el detalle, ¡tu intención! Ahora, por culpa de ese vestido, Sofía está en medio de un escándalo. Si me hubiera avisado, ¿no crees que todo esto se habría evitado?

Apretó los labios, y aunque intentó no llorar, su tristeza y culpa se filtraban lo justo para construir la imagen perfecta de una hermana dolida, preocupada por la otra.

Santiago observó todo su acto de principio a fin, sin mostrar ni una pizca de compasión.

Isidora, al notar que no recibía ninguna palabra de consuelo, empezó a sentir una incomodidad extraña en el pecho.

Fue entonces que una mano pesada le dio un par de palmadas en el hombro.

—Así que la polémica de aquel vestido fue por esto… No te preocupes tanto por tu hermana, el equipo de relaciones públicas de Grupo Cárdenas sabe hacer su trabajo.

La voz grave de Santiago la tomó por sorpresa, dejándola petrificada por un instante.

¿Eso no era lo que ella quería decir?

Isidora, inconforme, levantó la cabeza con intención de argumentar algo más, pero Santiago ya le había quitado la caja de las manos y la puso de regreso en su lugar.

—Si el vestido no se puede entregar ahora, mejor volvamos a la empresa.

Sin más, Santiago se alejó a pasos largos.

Con cada paso que él daba, la máscara de amabilidad de Isidora se resquebrajaba poco a poco.

—¿Pasa algo más? —preguntó Santiago, al notar que no lo seguían. Se detuvo, giró el rostro tallado como si fuera de mármol y le dirigió una mirada indescifrable.

El corazón de Isidora se estremeció, y rápidamente se recompuso, aunque en sus ojos todavía quedaba algo de nerviosismo.

Bajó la cabeza, sintiéndose acorralado por la autoridad de Santiago, que emanaba una presión tan intensa como una tormenta a punto de estallar.

—Avísale a Jaime, ponte en contacto con el hospital y revisen las cámaras. Quiero que encuentren a Sofía lo antes posible.

La voz de Santiago era tan cortante y decidida como un cuchillo recién afilado, y su mirada, amenazante.

—Sí señor, enseguida —contestó César, saliendo disparado sin atreverse a dudar.

—Santi… —llamó Isidora, notando la tensión en su rostro y sintiendo el nerviosismo crecer en su interior.

Intentó detenerlo sujetando su manga, pero Santiago retiró el brazo antes de que pudiera tocarlo.

—Pide un taxi. Puedes irte temprano hoy.

Acelerando el paso, Santiago se dirigió al estacionamiento.

Ahora que todo el país estaba pendiente de Sofía y la polémica crecía en internet, el peligro era todavía mayor.

Ese pensamiento lo hizo sentir una angustia difícil de controlar; ya no pudo evitar imaginarse los peores escenarios.

Empezó a correr, dejando que el viento despeinara su cabello, hasta llegar al carro, donde se detuvo, respirando agitado y con el corazón a punto de salírsele del pecho.

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