Oliver frunció el ceño, su tono cargado de autoridad:
—Jamás imaginé que Sofía sería capaz de tratarte así, ni de decir palabras tan venenosas. Cuando termine de donar sangre, la voy a llevar de regreso a la familia Rojas y le voy a dar una lección como Dios manda.
No ocultó en lo más mínimo su disgusto hacia Sofía.
Isidora dejó escapar una sonrisa en la comisura de los labios, pero antes de que Oliver volteara, la borró de inmediato y volvió a mostrar su aspecto débil y frágil.
—Papá...
—¡Pum!—
Todavía se sentía la atmósfera de cariño entre padre e hija en la habitación, cuando la puerta se abrió de golpe desde fuera.
Ivana Santana, que había ido a buscar al doctor, entró justo en ese momento. Sin perderse una sola palabra, había escuchado todo lo que Sofía había dicho para “maldecir” a Isidora unos minutos antes.
—¿Sofía le habló así a Isi? ¡No lo puedo creer! —exclamó Ivana, indignada.
La enfermera entró detrás de ella y añadió, casi como si fuera un dato más del día:
—El tipo de sangre de la señorita Isidora es poco común, y hasta ahora ha habido problemas de compatibilidad con otros donantes de su mismo tipo. Además, el señor Rojas sufre del corazón y no puede donar, por lo que hemos suspendido los intentos de compatibilidad. Por favor, ayuden a buscar un donante lo antes posible.
Oliver no pudo evitar preguntar con ansiedad:
—¿La cirugía de Isi es muy urgente?
La enfermera miró a Isidora, entendió de inmediato y asintió con fuerza:
—La señorita Isidora está gravemente herida. Debemos operarla antes del amanecer. Si tardamos más, su vida corre peligro.
Estas palabras hicieron que el semblante de Oliver se volviera aún más sombrío. Cruzó una mirada llena de reproche hacia Ivana, ambos compartiendo el mismo resentimiento contra Sofía.
Si no fuera por Sofía, nada de esto estaría pasando...
...
El cielo apenas comenzaba a aclarar, tiñéndose de un gris pálido.
Sofía apareció en la puerta, con el cabello desordenado y la ropa arrugada, como si hubiera sobrevivido a una tormenta. Detrás de ella, Ivana la seguía con el rostro endurecido, incapaz de ocultar su enojo.
Nunca imaginó que Oliver e Ivana, aprovechando que ella salió, se atreverían a ir hasta Villas del Monte Verde para llevársela a la fuerza. Sentía las marcas de la cuerda en la muñeca, cada movimiento le arrancaba un ardor que le hacía pensar que la piel podía abrirse en cualquier momento.
Su aspecto desaliñado sorprendió a todos en la habitación, especialmente a Isidora, que exageró su actuación y fingió que estaba a punto de desmayarse.
Oliver se levantó de inmediato:
—¡Sofía, asustaste a tu hermana!
Sofía lo miró con una expresión dura y los ojos fijos en él, sin parpadear:
—No tengo hermana.
Su voz, ronca y baja, hizo que a cualquiera le diera escalofrío.
El corazón de Oliver se encogió de miedo.

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