Sofía no se atrevió a seguir imaginando lo que podía pasar.
...
Mientras tanto, en el pequeño quiosco al pie del hotel, una mujer permanecía oculta tras unos lentes oscuros y la cortina cerrada. Aunque la mitad de su cara estaba cubierta, el resentimiento se le escapaba por cada gesto.
¿Por qué?
¿Por qué ella tenía que tener tanta suerte?
Isidora se quitó los lentes, dejando al descubierto unos ojos tan oscuros como una tormenta en pleno verano. Hundió los dedos en la palma con tal fuerza que las uñas casi le rompieron la piel.
El dolor le atravesó la mano, pero ni siquiera lo sintió.
Todo estaba planeado. Solo tenía que ponerle algo en la bebida a Sofía y después dejar que Joel y Sofía “se entendieran”. Santi estaría ahí por casualidad… solo necesitaba encontrar a los dos en la cama y entonces, el divorcio sería inevitable.
Isidora no apartaba la vista de la habitación cuya cortina se mantenía cerrada.
¿Por qué Santi tuvo que descubrirla primero?
Sus manos temblaban. No podía ni pensar en lo que había pasado en esa habitación en el tiempo que ella perdió de vista todo.
—Santi…
Marcó el número de Santiago, esforzándose por sonar tranquila.
En cuanto Santiago captó el tono dudoso en su voz, frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa?
Escuchar su voz, tan serena y firme, le trajo un poco de alivio.
¿Y si, en realidad, no había pasado nada?
—No, no pasa nada… Solo quería oírte —aventó, usando una voz dulce e insinuante.
Santiago, sin embargo, se alejó el celular de la cara.
—Estoy trabajando. Si es asunto de trabajo, mándame mensaje —reviró sin darle espacio a más.
Y colgó sin más.
En el asiento delantero, Jaime, el chofer, no pudo ocultar su sorpresa. El presidente Cárdenas siempre había sido muy paciente con la señorita Isidora, incluso a veces parecía consentirla. Era raro verlo tan tajante.
Al notar la mirada curiosa de Jaime, Santiago soltó con un tono seco:
—¿Qué, quieres quedarte sin el bono de desempeño?
Jaime se enderezó de inmediato, con los ojos fijos en el camino y las manos bien puestas al volante. No se atrevió a mirar ni de reojo.
Isidora, por su parte, quedó paralizada.
Muy bien, Sofía…
Isidora apretó el puño hasta que los nudillos le crujieron. Parecía una fiera a punto de atacar.
Esta vez escapaste, ¿pero la próxima?
Sus ojos se entrecerraron, llenos de una malicia venenosa.
—Bea, mi amor…
Una voz suave y llena de ternura rompió el aire.
Isidora levantó la vista y vio a Sofía acariciando la espalda de la pequeña Bea, tratando de calmarla.
A pesar de que ya caía la tarde, el sol seguía pegando fuerte.
Bea, inquieta por el calor, no dejaba de llorar.
Sofía, sin perder la paciencia, la mecía con cuidado. Incluso se encorvó para que su propio cuerpo le hiciera sombra a la niña.
Isidora observó la escena con atención. Su mirada, antes fija en Sofía, se posó ahora en la pequeña. Los ojos se le estrecharon, llenos de una malicia oscura.
Dicen que las madres viven por sus hijos.
Sofía, tú no eres la excepción, ¿verdad?

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