Con la tenue iluminación que había en el interior del camarote, caminaron hacia el lecho, la recorrió con todo el descaro del mundo, al tiempo que él comenzó a desabotonarse por completo la camisa. Se acercó a ella y la giró por la espalda dirigiendo sus labios a su cuello.
—Me gustas mucho —Alexander susurró en su oído, disfrutando percibir cómo su invitada se iba derritiendo ante sus caricias.
—También me atraes —expresó ella al sentir sus manos tocando sus pechos.
Alexander la tomó en sus musculosos brazos y la llevó hasta su cama. Sus dedos trazaron cálidas caricias por el agitado torso de la chica, hasta que su lengua lamió con vehemencia sus senos. El éxtasis de aquella hoguera encendida, chisporroteó en forma de descargas por toda la piel bronceada de la joven.
— ¡No te detengas! —suplicó extasiada.
—No lo haré —respondió.
De inmediato sus lenguas se encontraron entre frénicos roces, los dedos de la chica fueron desabotonando su camisa, deseando poder palpar la calidez de su piel. Inhaló profundo al llegar a la cinturilla de su pantalón de lino, distinguiendo con claridad su potente erección.
Alexander ladeó los labios al verla mirar su abultada masculinidad, por lo que se retiró los boxers, de inmediato y ella subió a su cuerpo, y al instante se inundó de él, gimió al disfrutar de aquel éxtasis.
Las grandes manos de Alexander la ayudaron a que lograra hacerlo más rápido, deseando ver su rostro al llegar al éxtasis. Entonces ocurrió y la espalda de ella se arqueó, acercando sus pechos hacia él.
Luego de un par de besos, profundizó sus embistes y la besó sin parar, hasta que logró llegar a la cúspide y jadear embravecido como un toro desbocado.
Ella lo abrazó y enredó sus piernas a sus caderas.
—Estuvo increíble —refirió con su dulce voz.
Alexander depositó un beso sobre su hombro y se dirigió por la botella de whisky que tenía sobre la mesa.
—Brindemos por nosotros.
—Por que esta noche sea eterna —dijo Madison al darse cuenta que aquel recuerdo de la traición de James se había disipado desde que se había encontrado con él.
—Que así sea —Alexander reconoció que esa era una de las mejores que nunca antes había vivido.
La joven tomó el vaso de cristal y dio un breve golpecito al de él, entonces ambos bebieron una y otra copa, hasta que finalizaron de embriagarse.
***
A la mañana siguiente.
El fuerte toque de la puerta del camarote, hizo que Alexander abriera los ojos de golpe.
—Servicio a la habitación —desde afuera, una mujer refirió.
Se sentó sobre la cama y al instante sintió una fuerte punzada en su cabeza, se llevó las manos a su frente.
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