"Alessandro"
Ella tomó la bolsa de mi mano completamente confundida. Aproveché para tomar un pedazo de torta y llevarlo a su boca. No podía reaccionar, cerró los labios alrededor del tenedor y amplié mi sonrisa. Me llevé otro pedazo de torta a la boca mientras la observaba masticar lentamente el trozo que puse en su boca y abrir la bolsa. Sacó la caja, la puso en su regazo y la abrió. Se quedó boquiabierta mirando ese minúsculo pedazo de tela en la caja. Me estaba divirtiendo. Cuando me miró, le puse otro pedazo de torta en la boca, impidiendo que dijera cualquier cosa. Sus ojos se abrieron aún más.
Me estaba divirtiendo mucho. Comí otro pedazo de torta y la vi sacar la ropa interior de la caja, levantarse, sentarse en la mesita de centro justo frente a mí y comenzar a ponérsela. Me atraganté, ¿esta loca se iba a poner la ropa interior frente a mí? ¡Carajo, esto no iba a terminar bien!
Con movimientos muy delicados y de una forma absurdamente sexy se levantó, subió el vestido hasta la cintura y terminó de ponerse la ropa interior. Yo estaba babeando, excitado por tercera vez en ese día que aún estaba lejos de terminar.
Me miró triunfante, como quien hubiera dado vuelta al juego, pero no se lo permitiría. Cuando llevó la mano para bajar el vestido la detuve.
—No sea descortés, señorita Cata. Le di un regalo, ¿no va a mostrarme cómo le quedó? ¿Ni decirme si le gustó?
Suspiró y me fulminó con la mirada.
—Claro, jefe —dijo dulcemente.
Comenzó a girarse lentamente y pensé que me iba a dar un infarto. ¡Qué mujer maravillosa! Fue girando y prácticamente me restregó el trasero en la cara. Cuando se detuvo de frente a mí de nuevo, preguntó con una voz deliciosa:
—¿Qué le pareció, señor Mellendez?
Perdí el control, puse la torta a un lado y la jalé a mi regazo. Se sorprendió y cayó con las piernas abiertas, encajando perfectamente sobre mí, con las piernas alrededor de mi cadera. Estaba ardiendo. Moví las caderas debajo de ella y se estremeció.
—Ah, Cata, ¿qué voy a hacer contigo? —pregunté frotando mi nariz en su pezón que estaba duro, como si invitara a mi boca. Estaba muy excitado, pero ella también lo estaba y no podía negarlo.
Mordí su pezón suavemente sobre la tela del vestido, lo que la hizo gemir. ¡Eso fue delicioso! Me moví nuevamente bajo ella y mordí el otro pezón. Y gimió una vez más y tembló en mis brazos. Esta mujer me mataría, era deliciosa, provocativa, demasiado sexy. Me afectaba de una manera que me hacía perder el control.
Con ella pegada a mi regazo, me recosté nuevamente en el sofá sin soltar su cintura y metí la mano bajo su ropa interior, acaricié sus pliegues y metí un dedo en su intimidad, necesitaba asegurarme y sentir que la afectaba de la misma manera que ella me afectaba a mí. Estaba toda mojada y caliente y apretada, fue mi turno de gemir. Saqué mi mano, llevé mi dedo a la boca y lo chupé.
—Mmm, Cata, eres mejor que la torta de chocolate.
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