Salí de la oficina de Alessandro con las piernas temblando. ¡Ese idiota casi me hace llegar al orgasmo otra vez! Me dejó ardiendo, el cobarde. Pero esto no se quedará así. Necesito encontrar una manera de no dejar que me afecte y evitar que siquiera se acerque a mi ropa interior por el resto de su vida. Tenía que pensar en algo que estuviera a la altura de lo que él hizo, después de todo ya había cruzado una línea peligrosa. Y después renunciaría y volvería a mi antiguo trabajo.
Estaba frustrada y furiosa. Cuando Patricio entró a mi oficina, yo estaba peleando con un archivo. Ni siquiera se atrevió a decir nada, pasó directo a la oficina de su amigo.
Cuando Celeste entró y me dijo que saldría un momento, se me ocurrió una idea. Y era una idea diabólica plantada en mi mente, porque era malvada.
—Celeste, ¿te molestaría pasar por la pastelería de enfrente y comprarme un pedazo de torta de chocolate? La que tiene trozos de chocolate con leche y cerezas encima.
—Claro que no, Cat. Por supuesto que puedo traértela. Vuelvo en máximo veinte minutos, ¿está bien?
—¡Perfecto! —le dije entregándole el dinero—. ¡Gracias!
Mi jefe tenía una videoconferencia con socios en China y yo lo haría sudar durante esa llamada. No usaría la sala de video, se quedaría en su propia oficina. Patricio también participaría desde la suya. Era perfecto. Podría provocarlo y él no podría reaccionar. Se arrepentiría de haberse metido conmigo.
Celeste me trajo mi torta y preparé una bandeja, puse la torta en un platito, una taza de té de manzanilla y mi celular. En el momento que comenzó la reunión, entré a la oficina de Alessandro y cerré con llave. Me miró discretamente sin entender.
Fui hasta su escritorio, apoyé la bandeja y puse la taza de té a su lado, dejando caer la servilleta y repitiendo la escena de esta mañana. Clavó sus ojos en mí y se removió incómodo en su silla. Se aclaró la garganta y respondió la pregunta que le hicieron con una respuesta corta.
Puse la servilleta junto a la taza y él miró el pedazo de torta en la bandeja. La tomé, me senté en la silla frente a él y me llevé un trozo a la boca, masticando con los ojos cerrados, como si estuviera comiendo la cosa más deliciosa del mundo.
Me miraba divertido viendo aquello, yo sabía que ya ni prestaba atención a lo que se decía en la videoconferencia, pero mantenía la pose. Puse el plato sobre el escritorio, tomé el celular y le envié un mensaje:
"¿Estás seguro de que soy más deliciosa que la torta de chocolate?"
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