-Ariadna, ¿qué significa esto? -gritó ella mientras se incorporaba-. ¿No puedes aguantarte esta vez en vez de competir conmigo por un asiento en primera clase?
¿Necesito recordarte el motivo por el que estamos en este vuelo? ¡Es porque vamos a mí ceremonia de premios! ¡La mía!
-Relájate -soltó Ariadna con desprecio-. No estoy aquí por tu preciado asiento en primera clase.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —interrogó Soledad en voz alta mientras fruncía el ceño.
En ese momento, Hipólito escuchó la conmoción y se unió a ellas.
-¿Qué crees que haces, Ariadna? -dijo con voz estruendosa-, Y yo que pensaba que eras una chica dulce y obediente. ¿Todo eso era una fachada?
Ariadna estaba a punto de responder, pero el hombre se le adelantó.
-Me temo que están equivocados -intervino con una mirada penetrante—. La señorita Morales no vino a la cabina de primera clase. En realidad, la estoy escoltando a ese jet privado, el que está junto a este avión.
-¡¿Qué?! -bramó Soledad mientras miraba incrédula hacia la ventana.
Lo que vislumbró al momento siguiente nubló sus pensamientos con resentimiento. Era un lujoso avión privado con un exterior extremadamente elegante y reluciente. En el cuerpo de la aeronave había una palabra escrita con delicadeza y una fina caligrafía: Navarro.
«¡Ese es el jet privado de la familia Navarro!»
Soledad volteó para dirigir una mirada asesina a Ariadna mientras que los celos brillaban en sus ojos oscuros. Incluso Cintia, quien había observado todo en silencio, apretó los puños al ver el jet de los Navarro.
Hipólito volvió en sí y se dirigió al hombre.
-Señor, soy el padre de Sol, y nuestra familia viaja junta en este vuelo. Si le parece bien, ¿podemos ir los demás también? —preguntó él.
—Lo lamento —dijo el hombre mientras mantenía una expresión neutral—. El señor Navarro solo extendió su invitación a la señorita Morales. Por no mencionar que los tres obtuvieron una mejora de asientos, pero eligieron abandonar a la señorita Morales sola en clase turista. ¿Es así como debe tratarse una familia?
El arrepentimiento se esparció en Hipólito como un tumor.
«¡Maldita sea! También debí cambiar a primera clase el asiento de Ariadna. Si hubiera hecho eso, tal vez en este momento estaría descansando en el jet privado de Valentín...»
Al hombre no le importaba lo que Hipólito pensara y giró de inmediato en sus talones para inclinarse de forma respetuosa hacia Ariadna.
—Por aquí, señorita Morales.
Ariadna asintió y luego dirigió una mirada distante hacia
Hipólito.
-Me reuniré con ustedes en el aeropuerto.
Al terminar de hablar, Ariadna mantuvo la cabeza alta como si fuera de la realeza e ignoró por completo a Soledad. Luego, siguió de cerca al hombre mientras salían del avión.
Los rostros de Soledad y de Cintia se contorsionaron de celos ante el lujoso jet que estacionó junto a ellas.
Al poco tiempo, Ariadna subió a la aeronave. Lo primero que vio fue a Valentín, quien tenía la cabeza baja mientras estaba concentrado en la lectura de un contrato.
—Señor Navarro, traje a la señorita Morales —dijo el asistente.
Valentín murmuró un simple «Aja» como respuesta, sin siquiera levantar la vista.
Ariadna se sintió incómoda y, sin saber cómo responder o qué hacer, se puso tensa y permaneció inmóvil en su lugar.
Por fortuna, el asistente acudió en su ayuda.
-El señor Navarro está ocupado en este momento. Puede ponerse cómoda en la cabina que hay dentro -aconsejó el hombre.
—De acuerdo —asintió Ariadna.
Luego, pasó con cautela delante de Valentín e ingresó en la cabina. Sin embargo, una vez adentro, quedó boquiabierta.
-¿Romeo? -exclamó ella.
—De acuerdo entonces, estaré más que complacido siempre y cuando asistas al evento.
Ariadna esbozó una pequeña sonrisa, pero no dijo nada más.
Después de dos horas de vuelo, el jet descendió poco a poco en el aeropuerto de Noria. Cuando Ariadna descendió de la aeronave, Valentín ya se había marchado. Sin inmutarse, ella se despidió de Romeo y fue a buscar a los tres Sandoval.
«Qué extraño. ¿No acordamos reunirnos después de bajar de nuestros vuelos? ¿Por qué no están Hipólito y las otras dos en la zona de arribos como prometieron?»
Ariadna se mantuvo en el lugar en silencio. Sabía que Hipólito no la abandonaría porque aún era valiosa para él, así que esperó.
En ese momento, un guardaespaldas vestido con un traje negro como el carbón caminó hacia Ariadna. Junto a él, había un hombre que ella reconocería en cualquier lugar: Valentín. A pesar de estar de pie junto al alto guardaespaldas, Valentín aún sobresalía con su estatura
superior.
Algunas personas que pasaban miraron a Valentín con curiosidad. Sus rostros se ruborizaron un poco o lo miraron boquiabiertos mientras balbuceaban sobre el aspecto del hombre.
-¡Ese hombre es increíblemente apuesto! ¿Crees que es una celebridad?
-Ni en sueños. Si lo es, ya sería furor en todo Internet. Ni siquiera esos influencers pueden compararse con su apariencia atractiva.
En comparación con el bullicio de la multitud entusiasmada, el ceño fruncido de Ariadna fue una reacción decepcionante. Solo lo miró por un instante antes de concentrarse en su teléfono y marcar el número de Hipólito.
La llamada se realizó, pero el hombre la rechazó al instante y Ariadna supo que eso debía ser obra de Soledad.
«Aunque Cintia es una mujer malvada, no sería tan estúpida para utilizar tácticas tan descuidadas contra mí. Parece que Soledad intenta sacarme de quicio y oculta su paradero. Que empiece el juego, entonces. Los esperaré pacientemente aquí».
Al ver que había una sala de espera cerca, Ariadna se acercó a tomar un refrigerio.
Lo que no sabía era que estaba de camino a la boca del lobo; en el momento en que entró, la puerta de la sala se cerró de golpe tras ella.
Por instinto, Ariadna volteó, pero un hombre imponente la empujó contra la pared. Su cuerpo fornido presionó sobre el de ella y la acorraló.

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